ENREMOLINOS

Zeta Bosio y Charly Alberti reviven Soda Stereo: “Gustavo sigue con nosotros”

Hace tres días que llueve acá en Las Vegas. Sin embargo, el agua no logra apagar los 40 de térmica. Por lo menos, las ojotas ya no se pegan al asfalto. Desde ya, esto de la lluvia no es algo normal tratándose del árido desierto de Mojave. Va de suyo que el calentamiento es bien global, si bien acá están pasando cosas raras. En el show Love, que el Cirque du Soleil le dedicó a Los Beatles, se queda un auto enganchado en escena, provocando un inesperado stop para la obra; mientras que en el espectáculo One sobre Michael Jackon, un bailarín pierde el ritmo porque se le cae el sombrero. ¿Será que merodea, como en ciertas óperas, un fantasma, un “espíritu travieso”?

Zeta Bosio, el bajista legendario de Soda Stereo, hoy orgulloso de exhibir una calvicie relumbrante a sus 57 años, se golpea el pecho en broma, asumiendo que la mala suerte arrancó en Nueva York, adonde aterrizó con su mujer y su hijita para ver el partido Argentina-Chile. En tanto que Charly Alberti –tras unas gafas negras CQC que no se saca ni al sumergirse en las penumbras de estos hoteles-casino– prefiere no opinar, ocupado en el iPhone o el shopping, cuando no se trata estrictamente de trabajar. Pero, ¿qué hace esta gente en estos laberintos de cielos falsos, ruletas, oropeles, réplicas, monedas de plástico y aire acondicionado con eterno olor a pepino?

Acompañados por el histórico sonidista de Soda, Adrián Taverna, y los productores ejecutivos Daniel Kon y Diego Sáenz, Zeta y Charly volaron a Las Vegas a internarse en la compleja ingeniería sonora de las dos obras musicales que el Cirque du Soleil fijó en la Ciudad del Pecado: la de Los Beatles (cumple una década ahí) y la de Maicol (en cartel desde 2013). El objetivo es aprender técnicas y trucos, con el fin de adaptar las canciones de Soda a las acrobacias y el despliegue multimediático diseñado por la empresa canadiense para el espectáculo que, por ahora, se llama #SodaCirque. Hace unas semanas se comunicaron vía Skype con Giles Martin, hijo del sagrado productor beatle Sir George, que les contó cómo remixó a los Beatles para hacer Love. Los ex Soda no pueden creer que el Cirque haya aceptado dedicar su tercera obra musical (hay que contar una efímera que trató sobre Elvis) a una banda latinoamericana. Bueno, a la banda de rock latino por antonomasia.

Por lo pronto, hasta que la obra se estrene en el Luna Park el 9 de marzo del año que viene, ni Zeta ni Charly podrán descansar, ya que deben sincronizar las escenas con su música hasta que queden de relojería. Será entonces cuando, al decir de Charly, “por primera vez, nos sentaremos en una butaca, del lado de los fans, para ver a Soda como público. Vamos a convertirnos en espectadores de nosotros mismos”. Muy al contrario de lo que sucedió en 2007, en los días en que el trío presentaba Me verás volver, tocando en vivo sus viejos temas, esta vez la música sonará grabada. Y, sobre todo, falta uno. Nada menos que Gustavo Cerati. ¿No será él ese “espíritu travieso”?

La charla con Alberti, que ahora continúa al borde de una piscina del hotel MGM, muy temprano, cuando todavía el sol no pela y los gorriones saltan, comenzó en Florida, Buenos Aires. Precisamente, en Unísono, el estudio de Cerati donde con Zeta está rearmando las canciones. No es fácil permanecer en esa sala, donde todo remite al líder del trío: la bandera de Turquía (que Gustavo había colgado simplemente por cuestiones estéticas), un retrato de Menotti, tapas de los Beatles, un cuadrito verde 3D… Pero, sobre todo, pone la piel de gallina escuchar su voz sola, saliendo de una cinta analógica de los ’80, cuando reformulan algún hit. Por Dios, qué cantante. Eran tiempos en que la toma salía como salía, no existían retoques digitales, o aparatos como el Autotune. Esa voz sigue viva. Es un fantasma poderoso.

Es muy difícil que pase un día y no me acuerde de Gustavo”, admite el batero, quien, al quitarse las gafas, descubre dos ojos turquesas que relucen mejor ahora a los 53, bajo el pelo blanco y enmarcados de ojeras, aunque a él no le guste que lo piropeen. Mientras el sol afina las sombras y su WhatsApp tintinea, continúa: “El está presente en cada acto de mi vida cotidiana; a veces estoy subiendo una foto a la página de Soda, lo veo y no puedo dejar de lagrimear. Pero trato de no hablar de él. Por eso no doy notas. Haciendo un balance, mi relación con Gustavo era de hermano mayor con su hermano menor. Y, la verdad, fui tanto la víctima como el beneficiario de ese vínculo especial. Por suerte, en 2007, antes de salir de gira tuvimos una charla telefónica donde nos dijimos todo lo que teníamos para decirnos. Nos sinceramos. Lo cierto es que estuve más tiempo con Gustavo que con Andrés, mi hermano real. Su presencia fue tan fuerte para mí, que su ausencia se volvió muy dolorosa. Pero sé que no puedo hacer un corte total con Soda: sería negar mi vida”.

Aunque el proyecto de hacer un musical basado en el cancionero de Soda nació mientras Cerati permanecía en coma, no fue hasta su muerte –el 4 de septiembre de 2014– que su hermana Laura, Charly y Zeta accedieron a que fuera el Cirque du Soleil el encargado del trabajo, todo a instancias de la productora argentina Pop Art. “El tiempo fue curador, y nos ayudó a enfrentar la tarea de escuchar de nuevo las cintas de Soda”, explica. “El plan original de Soda con Gustavo vivo era hacer una gira cada 4 o 5 años, pero dijimos que si uno no estaba, no usaríamos el nombre con un reemplazo. Ahora nuestra energía está puesta en recomponer los temas pensando en un show multimediático en 360º, donde tenés 7 pibes colgando del techo y hay que alargar o acortar una canción, o unir dos, ponele. Lo bueno es que gracias a la música, las acrobacias se convierten en coreografía. No es el lado más circense del Cirque.

La que hace tintinear el celular es su novia actual (no mediática). “Sí, me encantaría formar la familia que nunca tuve”, jura, antes de enumerar que tras el estreno de #SodaCirque, lo esperan: la continuidad de su fundación ecológica R21, un disco nuevo con su banda Mole (como todo baterista, padece de tendinitis y quiere tocar mientras la enfermedad se lo permita), además de una línea de cerveza propia, mientras que su hogar seguirá repartido entre la Patagonia, California y Buenos Aires. ¿Llegó el momento de des-rockerizarse? “Para nada, hoy me siento más rockero que nunca: lucho por la sustentabilidad del planeta, eso es ponerle huevos a un proyecto de rebeldía, en vez de gastar energía en tomar drogas hasta la mañana. Eso de tener que romperse para ser rockero es una percepción muy argenta. Nunca fuimos unos rotos con Soda y acá estamos.

“Tú eres Zeta, ¿verdad? El de Soda Stereo.” Apenas oye cerveza en español, el cajero mexicano termina de reconocer al bajista. Como estamos en unos EE. UU. amenazados por la discriminación que Trump prometió, es notable cómo los latinos se lanzan al español cuando detectan que sos argentino. “Hace poco puse el disco Dynamo en la pensión a todo dar, y mi vecino peruano me tocó el timbre. Yo creí que venía a quejarse, pero me dijo que él también era fan de Soda. Y nos quedamos platicando un rato. Yo, si no estoy para rancheras, pongo Soda”, se entusiasma el cajero .

¿Viste lo que pasa?”, pregunta Héctor Bosio en un bar cercado por máquinas tragamonedas, en el hotel Mirage, donde siempre es de noche a pesar del sol depredador de afuera. “Una vez le dije a Gustavo que eso de no tocar más, no era una forma de terminar con Soda. Hemos llegado a un punto en que el grupo ya no es más nuestro: le pertenece a la gente. Por eso, lo del Cirque tiene que ver con la necesidad que tienen los fans de volver a sentir lo importante que fue Soda en sus vidas. Ese amor hace que abunden bandas-tributo, pero no todas tienen calidad, y así y todo para la gente funciona: la magia vuelve. Bueno, esto del Cirque tiene el mismo objetivo, pero con nuestra garantía de calidad.

• ¿No te pesa ser un ex Soda para siempre?

– Al contrario, es una pena que no hayamos cumplido el deseo de ver cómo sería hacer un disco nuevo después de 2007. A Gustavo sí le pesaba más, lo vivía con angustia, con presión, como a Lennon le molestaba ser un ex Beatle. Ahora oigo Prófugos en vivo y se me humedecen los ojos, por cómo nos brotaba la música. Es algo que no me volvió a pasar más. Recién ahora, con Shoot the Radio (su nueva banda), volví a entusiasmarme.

• No debe ser fácil armar este espectáculo sin Gustavo.

– Es un desafío muy grande y una gran responsabilidad. Por supuesto, que su muerte me dejó un trauma: ¡se me murió un par, un amigo de la misma generación! Pero pensá que yo vengo de un dolor que no tiene nombre, que es el de perder un hijo. Esa muerte te da una enseñanza: aprender a guardar el dolor en lugares donde duela menos. Por otro lado, es positivo que la familia de Gustavo confíe en nosotros, que seamos los guardianes de la herencia Soda. Es buena idea que Benito (Cerati) se mantenga al margen, porque ya es una mochila muy pesada para él ser el hijo de Gustavo, y al ser músico, la gente tiende a comparar cuando la vara quedó tan alta.

• Me contabas que cuando trabajan en el estudio, se caen cuadros, se mueven cosas, como si Gustavo se comunicara así con ustedes.

– Su presencia no es física, pero es real. Está su aura en la música. El sigue estando con nosotros.

• En tu autobiografía, Yo conozco ese lugar, contás que Gustavo cambiaba cuando estaba frente a músicos o a periodistas, y te dejaba de lado.

– Lo conocía a Gustavo como si fuera mi hermano. Imaginate: desde que era un chico tímido y usaba camperitas Lacoste. Yo veía que venía Fito Páez y se encerraba con él, inmediatamente se olvidaba de Charly y de mí. Era como que le gustaba seducir a alguien que le parecía interesante, y se ponía a tirar titulares, a hablar entre comillas. Y lo admito: me daba celos. Me hería ese narcisismo, sentía celos de hermano. Será porque soy tano. Y muy calentón.

• Entonces, mejor ni hablemos de los que piensan que siguen con Soda sólo por dinero…

– ​Sigo trabajando porque lo necesito, más allá de que haya gente que crea que me llené de guita con Soda. Sí logré llegar a un nivel que, para mantenerlo, tengo que seguir tocando como DJ, y hacer mi programa de radio (Audio, en Nacional). Perdí mucho dinero con varios emprendimientos, y tuve que reinventarme varias veces, pero no quiero andar contándolo, porque no me gusta venderle problemas a nadie.

La serie “River” está de moda. Muestra, con igual dosis de melancolía y sordidez, cómo a un detective sueco radicado en Londres se le aparece el espectro de una amiga a quien vio morir. No es por exagerar, pero a quienes conocimos a Gustavo nos pasa algo parecido. Cuesta encontrarse con Charly y Zeta, o volver a escuchar Soda Stereo, sin que la ausencia de Gustavo se vuelva más presente que nunca.

El sonidista Adrián Taverna era su amigo íntimo, al punto de haber estado cuando sufrió el ACV en 2010. “Si lo hubieran tratado mejor en Venezuela, hoy mi amigo estaría acá. Después del segundo ataque, nunca tuve esperanzas de que volviera de ese estado. Cuando murió físicamente, lo sentí como una liberación para él”, suspira, sacudiendo su coraza de metalero. “Al principio me negué a colaborar con el proyecto de Cirque du Soleil, porque no me gustan los tributos. Pero después pensé que Gustavo estaría más tranquilo sabiendo que estoy yo, consensuando cada cosa con Zeta y Charly. Me siento un poco su representante, como su custodio.

Laura Cerati se ocupó de muchos asuntos “burocráticos” de la carrera de su hermano. Y fue la encargada de velar por los cuidados de Gustavo durante su larga internación. “Aceptamos este proyecto del Cirque du Soleil porque confiamos en que lo artístico sirva para renacer, darle una vuelta más a esta ausencia tan temprana, ver si esto calma el duelo y nos mima un poco”, cuenta por teléfono, mordiendo una lágrima en su voz. “No sé qué nos pasará cuando se estrene el espectáculo, pero si no me desarmé cuando mi hermano estaba en coma, es que no me quedó otra que fortalecerme para cuidarlo, y así sigo. Perderlo en su presencia y en su voz, y verlo así internado en su máxima debilidad, totalmente a merced nuestra, eso era duro. Fueron años tremendos y ahora vemos que la temporalidad se transformó en nuestras vidas, no sabemos si pasaron dos o siete años, cuándo fue, y qué pasó.

¿Y cómo lo está viviendo Lillian, su mamá? “Ella es muy fuerte, y a veces con sus olvidos no hace más que defenderse del dolor. Lo del Cirque nos acerca más a él, aun cuando a veces necesitamos alejarnos un poco de su recuerdo, pero ¿cómo hacés, si te despertás y está sonando en la radio un tema de Soda o entrás a un negocio y está de fondo? El forma parte de todos, como decía en una letra.” Confiesa estar tranquila. Decidió que Charly y Zeta se ocuparan de la música, con “seriedad y fidelidad”. En lugar de ir al estudio que compró con su hermano (“no puedo: cuando entro, ya siento su olor”), elige viajar a Montreal para chequear el proceso de la obra. “Pienso que si se me apareciera mi hermano, le diría: ‘Gus, hicimos lo mejor posible, ojalá hayamos cuidado cada detalle con la pasión que tenías vos’. O simplemente le guiñaría un ojo, y él me entendería.

| Por: Pablo Schanton – Revista Viva |

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Zeta Bosio y Charly Alberti reviven Soda Stereo: “Gustavo sigue con nosotros”

Hace tres días que llueve acá en Las Vegas. Sin embargo, el agua no logra apagar los 40 de térmica. Por lo menos, las ojotas ya no se pegan al asfalto. Desde ya, esto de la lluvia no es algo normal tratándose del árido desierto de Mojave. Va de suyo que el calentamiento es bien global, si bien acá están pasando cosas raras. En el show Love, que el Cirque du Soleil le dedicó a Los Beatles, se queda un auto enganchado en escena, provocando un inesperado stop para la obra; mientras que en el espectáculo One sobre Michael Jackon, un bailarín pierde el ritmo porque se le cae el sombrero. ¿Será que merodea, como en ciertas óperas, un fantasma, un “espíritu travieso”?

Zeta Bosio, el bajista legendario de Soda Stereo, hoy orgulloso de exhibir una calvicie relumbrante a sus 57 años, se golpea el pecho en broma, asumiendo que la mala suerte arrancó en Nueva York, adonde aterrizó con su mujer y su hijita para ver el partido Argentina-Chile. En tanto que Charly Alberti –tras unas gafas negras CQC que no se saca ni al sumergirse en las penumbras de estos hoteles-casino– prefiere no opinar, ocupado en el iPhone o el shopping, cuando no se trata estrictamente de trabajar. Pero, ¿qué hace esta gente en estos laberintos de cielos falsos, ruletas, oropeles, réplicas, monedas de plástico y aire acondicionado con eterno olor a pepino?

Acompañados por el histórico sonidista de Soda, Adrián Taverna, y los productores ejecutivos Daniel Kon y Diego Sáenz, Zeta y Charly volaron a Las Vegas a internarse en la compleja ingeniería sonora de las dos obras musicales que el Cirque du Soleil fijó en la Ciudad del Pecado: la de Los Beatles (cumple una década ahí) y la de Maicol (en cartel desde 2013). El objetivo es aprender técnicas y trucos, con el fin de adaptar las canciones de Soda a las acrobacias y el despliegue multimediático diseñado por la empresa canadiense para el espectáculo que, por ahora, se llama #SodaCirque. Hace unas semanas se comunicaron vía Skype con Giles Martin, hijo del sagrado productor beatle Sir George, que les contó cómo remixó a los Beatles para hacer Love. Los ex Soda no pueden creer que el Cirque haya aceptado dedicar su tercera obra musical (hay que contar una efímera que trató sobre Elvis) a una banda latinoamericana. Bueno, a la banda de rock latino por antonomasia.

Por lo pronto, hasta que la obra se estrene en el Luna Park el 9 de marzo del año que viene, ni Zeta ni Charly podrán descansar, ya que deben sincronizar las escenas con su música hasta que queden de relojería. Será entonces cuando, al decir de Charly, “por primera vez, nos sentaremos en una butaca, del lado de los fans, para ver a Soda como público. Vamos a convertirnos en espectadores de nosotros mismos”. Muy al contrario de lo que sucedió en 2007, en los días en que el trío presentaba Me verás volver, tocando en vivo sus viejos temas, esta vez la música sonará grabada. Y, sobre todo, falta uno. Nada menos que Gustavo Cerati. ¿No será él ese “espíritu travieso”?

La charla con Alberti, que ahora continúa al borde de una piscina del hotel MGM, muy temprano, cuando todavía el sol no pela y los gorriones saltan, comenzó en Florida, Buenos Aires. Precisamente, en Unísono, el estudio de Cerati donde con Zeta está rearmando las canciones. No es fácil permanecer en esa sala, donde todo remite al líder del trío: la bandera de Turquía (que Gustavo había colgado simplemente por cuestiones estéticas), un retrato de Menotti, tapas de los Beatles, un cuadrito verde 3D… Pero, sobre todo, pone la piel de gallina escuchar su voz sola, saliendo de una cinta analógica de los ’80, cuando reformulan algún hit. Por Dios, qué cantante. Eran tiempos en que la toma salía como salía, no existían retoques digitales, o aparatos como el Autotune. Esa voz sigue viva. Es un fantasma poderoso.

Es muy difícil que pase un día y no me acuerde de Gustavo”, admite el batero, quien, al quitarse las gafas, descubre dos ojos turquesas que relucen mejor ahora a los 53, bajo el pelo blanco y enmarcados de ojeras, aunque a él no le guste que lo piropeen. Mientras el sol afina las sombras y su WhatsApp tintinea, continúa: “El está presente en cada acto de mi vida cotidiana; a veces estoy subiendo una foto a la página de Soda, lo veo y no puedo dejar de lagrimear. Pero trato de no hablar de él. Por eso no doy notas. Haciendo un balance, mi relación con Gustavo era de hermano mayor con su hermano menor. Y, la verdad, fui tanto la víctima como el beneficiario de ese vínculo especial. Por suerte, en 2007, antes de salir de gira tuvimos una charla telefónica donde nos dijimos todo lo que teníamos para decirnos. Nos sinceramos. Lo cierto es que estuve más tiempo con Gustavo que con Andrés, mi hermano real. Su presencia fue tan fuerte para mí, que su ausencia se volvió muy dolorosa. Pero sé que no puedo hacer un corte total con Soda: sería negar mi vida”.

Aunque el proyecto de hacer un musical basado en el cancionero de Soda nació mientras Cerati permanecía en coma, no fue hasta su muerte –el 4 de septiembre de 2014– que su hermana Laura, Charly y Zeta accedieron a que fuera el Cirque du Soleil el encargado del trabajo, todo a instancias de la productora argentina Pop Art. “El tiempo fue curador, y nos ayudó a enfrentar la tarea de escuchar de nuevo las cintas de Soda”, explica. “El plan original de Soda con Gustavo vivo era hacer una gira cada 4 o 5 años, pero dijimos que si uno no estaba, no usaríamos el nombre con un reemplazo. Ahora nuestra energía está puesta en recomponer los temas pensando en un show multimediático en 360º, donde tenés 7 pibes colgando del techo y hay que alargar o acortar una canción, o unir dos, ponele. Lo bueno es que gracias a la música, las acrobacias se convierten en coreografía. No es el lado más circense del Cirque.

La que hace tintinear el celular es su novia actual (no mediática). “Sí, me encantaría formar la familia que nunca tuve”, jura, antes de enumerar que tras el estreno de #SodaCirque, lo esperan: la continuidad de su fundación ecológica R21, un disco nuevo con su banda Mole (como todo baterista, padece de tendinitis y quiere tocar mientras la enfermedad se lo permita), además de una línea de cerveza propia, mientras que su hogar seguirá repartido entre la Patagonia, California y Buenos Aires. ¿Llegó el momento de des-rockerizarse? “Para nada, hoy me siento más rockero que nunca: lucho por la sustentabilidad del planeta, eso es ponerle huevos a un proyecto de rebeldía, en vez de gastar energía en tomar drogas hasta la mañana. Eso de tener que romperse para ser rockero es una percepción muy argenta. Nunca fuimos unos rotos con Soda y acá estamos.

“Tú eres Zeta, ¿verdad? El de Soda Stereo.” Apenas oye cerveza en español, el cajero mexicano termina de reconocer al bajista. Como estamos en unos EE. UU. amenazados por la discriminación que Trump prometió, es notable cómo los latinos se lanzan al español cuando detectan que sos argentino. “Hace poco puse el disco Dynamo en la pensión a todo dar, y mi vecino peruano me tocó el timbre. Yo creí que venía a quejarse, pero me dijo que él también era fan de Soda. Y nos quedamos platicando un rato. Yo, si no estoy para rancheras, pongo Soda”, se entusiasma el cajero .

¿Viste lo que pasa?”, pregunta Héctor Bosio en un bar cercado por máquinas tragamonedas, en el hotel Mirage, donde siempre es de noche a pesar del sol depredador de afuera. “Una vez le dije a Gustavo que eso de no tocar más, no era una forma de terminar con Soda. Hemos llegado a un punto en que el grupo ya no es más nuestro: le pertenece a la gente. Por eso, lo del Cirque tiene que ver con la necesidad que tienen los fans de volver a sentir lo importante que fue Soda en sus vidas. Ese amor hace que abunden bandas-tributo, pero no todas tienen calidad, y así y todo para la gente funciona: la magia vuelve. Bueno, esto del Cirque tiene el mismo objetivo, pero con nuestra garantía de calidad.

• ¿No te pesa ser un ex Soda para siempre?

– Al contrario, es una pena que no hayamos cumplido el deseo de ver cómo sería hacer un disco nuevo después de 2007. A Gustavo sí le pesaba más, lo vivía con angustia, con presión, como a Lennon le molestaba ser un ex Beatle. Ahora oigo Prófugos en vivo y se me humedecen los ojos, por cómo nos brotaba la música. Es algo que no me volvió a pasar más. Recién ahora, con Shoot the Radio (su nueva banda), volví a entusiasmarme.

• No debe ser fácil armar este espectáculo sin Gustavo.

– Es un desafío muy grande y una gran responsabilidad. Por supuesto, que su muerte me dejó un trauma: ¡se me murió un par, un amigo de la misma generación! Pero pensá que yo vengo de un dolor que no tiene nombre, que es el de perder un hijo. Esa muerte te da una enseñanza: aprender a guardar el dolor en lugares donde duela menos. Por otro lado, es positivo que la familia de Gustavo confíe en nosotros, que seamos los guardianes de la herencia Soda. Es buena idea que Benito (Cerati) se mantenga al margen, porque ya es una mochila muy pesada para él ser el hijo de Gustavo, y al ser músico, la gente tiende a comparar cuando la vara quedó tan alta.

• Me contabas que cuando trabajan en el estudio, se caen cuadros, se mueven cosas, como si Gustavo se comunicara así con ustedes.

– Su presencia no es física, pero es real. Está su aura en la música. El sigue estando con nosotros.

• En tu autobiografía, Yo conozco ese lugar, contás que Gustavo cambiaba cuando estaba frente a músicos o a periodistas, y te dejaba de lado.

– Lo conocía a Gustavo como si fuera mi hermano. Imaginate: desde que era un chico tímido y usaba camperitas Lacoste. Yo veía que venía Fito Páez y se encerraba con él, inmediatamente se olvidaba de Charly y de mí. Era como que le gustaba seducir a alguien que le parecía interesante, y se ponía a tirar titulares, a hablar entre comillas. Y lo admito: me daba celos. Me hería ese narcisismo, sentía celos de hermano. Será porque soy tano. Y muy calentón.

• Entonces, mejor ni hablemos de los que piensan que siguen con Soda sólo por dinero…

– ​Sigo trabajando porque lo necesito, más allá de que haya gente que crea que me llené de guita con Soda. Sí logré llegar a un nivel que, para mantenerlo, tengo que seguir tocando como DJ, y hacer mi programa de radio (Audio, en Nacional). Perdí mucho dinero con varios emprendimientos, y tuve que reinventarme varias veces, pero no quiero andar contándolo, porque no me gusta venderle problemas a nadie.

La serie “River” está de moda. Muestra, con igual dosis de melancolía y sordidez, cómo a un detective sueco radicado en Londres se le aparece el espectro de una amiga a quien vio morir. No es por exagerar, pero a quienes conocimos a Gustavo nos pasa algo parecido. Cuesta encontrarse con Charly y Zeta, o volver a escuchar Soda Stereo, sin que la ausencia de Gustavo se vuelva más presente que nunca.

El sonidista Adrián Taverna era su amigo íntimo, al punto de haber estado cuando sufrió el ACV en 2010. “Si lo hubieran tratado mejor en Venezuela, hoy mi amigo estaría acá. Después del segundo ataque, nunca tuve esperanzas de que volviera de ese estado. Cuando murió físicamente, lo sentí como una liberación para él”, suspira, sacudiendo su coraza de metalero. “Al principio me negué a colaborar con el proyecto de Cirque du Soleil, porque no me gustan los tributos. Pero después pensé que Gustavo estaría más tranquilo sabiendo que estoy yo, consensuando cada cosa con Zeta y Charly. Me siento un poco su representante, como su custodio.

Laura Cerati se ocupó de muchos asuntos “burocráticos” de la carrera de su hermano. Y fue la encargada de velar por los cuidados de Gustavo durante su larga internación. “Aceptamos este proyecto del Cirque du Soleil porque confiamos en que lo artístico sirva para renacer, darle una vuelta más a esta ausencia tan temprana, ver si esto calma el duelo y nos mima un poco”, cuenta por teléfono, mordiendo una lágrima en su voz. “No sé qué nos pasará cuando se estrene el espectáculo, pero si no me desarmé cuando mi hermano estaba en coma, es que no me quedó otra que fortalecerme para cuidarlo, y así sigo. Perderlo en su presencia y en su voz, y verlo así internado en su máxima debilidad, totalmente a merced nuestra, eso era duro. Fueron años tremendos y ahora vemos que la temporalidad se transformó en nuestras vidas, no sabemos si pasaron dos o siete años, cuándo fue, y qué pasó.

¿Y cómo lo está viviendo Lillian, su mamá? “Ella es muy fuerte, y a veces con sus olvidos no hace más que defenderse del dolor. Lo del Cirque nos acerca más a él, aun cuando a veces necesitamos alejarnos un poco de su recuerdo, pero ¿cómo hacés, si te despertás y está sonando en la radio un tema de Soda o entrás a un negocio y está de fondo? El forma parte de todos, como decía en una letra.” Confiesa estar tranquila. Decidió que Charly y Zeta se ocuparan de la música, con “seriedad y fidelidad”. En lugar de ir al estudio que compró con su hermano (“no puedo: cuando entro, ya siento su olor”), elige viajar a Montreal para chequear el proceso de la obra. “Pienso que si se me apareciera mi hermano, le diría: ‘Gus, hicimos lo mejor posible, ojalá hayamos cuidado cada detalle con la pasión que tenías vos’. O simplemente le guiñaría un ojo, y él me entendería.

| Por: Pablo Schanton – Revista Viva |

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