Enero de 2003. En una Argentina que comenzaba a resurgir de las cenizas tras aquel descalabro económico y social que terminó con la huída, helicóptero mediante, del Presidente De la Rúa, apareció la moda del stencil. De la mano del grupo adolescente Bs. As. Stencil, distintos íconos de la cultura y del conocimiento general recibieron su ataque en los muros de la ciudad, como forma de confronta ante lo que supuestamente representaban para el colectivo.
Si repasamos brevemente la historia, el stencil fue una técnica de grabado desarrollada como propaganda política por los fascistas italianos, y adoptada luego por el Mayo Francés, para culminar, ya en el Siglo XXI, siendo una vía de expresión cotidiana de los llamados «artistas callejeros».
Para el creador del grupo Bs. As. Stencil, dicho método implicaba «un diseño y un mensaje». «Hay que salir a la calle, ensuciarse y correr el riesgo». Auguraba por entonces el éxito y trascendencia del método en una sencilla razón: «Hacía falta que la gente se expresara».
Para Septiembre de ese año, Gustavo Cerati presentaba nuevamente en Buenos Aires, y con una serie de shows en el histórico Gran Rex, su disco Reversiones Siempre es hoy. Aquella noche, en los alrededores del teatro, y como una especie de revancha y afronta al artista convocante, los muros fueron retratados con stencils con la cara del ex Soda Stereo, y las leyendas «viejo choto» y «papadas totales».
Vale decirlo. Gustavo se encontraba en una etapa de experimentación (como tantas otras) en la que la electrónica tomaba un vuelo desconocido para lo que había sido su carrera. Y más aún: para lo que representaba «ser rockero» para cierta parte del público. Aquellos stencils encerraban claramente una crítica, quizás desmedida, para alguien que navegaba constantemente en su gusto personal, aún si eso significaba ir en contra de lo que la corriente esperaba.
«Lo de viejo choto salió de una discusión entre amigos sobre cómo este tipo (Cerati) puede seguir creyéndose emblema de la vanguardia si tiene como 50 años». De esta manera uno de los ideólogos de los stencils explicaba el porqué de su aparición en los medios bonaerenses al diario La Nación.
«No hizo falta cruzarnos con Gustavo para decirle lo que pensamos. El stencil te da esa efectiva posibilidad de comunicación», manifestaba Federico, otro de los integrantes del grupo que buscaba la «justicia musical» a través de los muros.
Aquella agresión callejera no fue un hecho aislado. Esa saña cuasi personal, y disfrazada de diversión y justicia, traducía en realidad cierto imaginario instalado en el público del rock. Público que, hay que decir, comenzaba a tener sus primeros contactos y romances con el rock barrial. No se juzgaba a Cerati con la misma vara que a veces rozaban a Charly García, Spinetta o Calamaro.
Más allá de las trayectorias, estaturas artísticas, o lo que fuere, Gustavo se diferenciaba del resto de sus pares por transitar una línea de sofisticación y oídos bien alertas a lo que sonaba en otras latitudes. Y eso, pese a quien le pese, supone vanguardia.
Sin estar ajeno a estas agresiones, a Gustavo se le consultó por qué creía que la crítica venía justamente ante un halago como el ser vanguardista. «Tal vez por querer ser exactamente lo contrario», definía a Página 12. «En algún momento me empezaron a poner en el lugar del tipo que está siempre en contacto con lo más nuevo y quizás haya gente que considera que eso es algo ofensivo».
Cerati se paró desde un primer momento en la vereda de enfrente al rock barrial. Y de hecho, lo manifestó públicamente en varias ocasiones. Su sinceridad, tal vez, le fue devuelta con agresión. «El lado artístico es el tema (con el rock barrial) y es ahí donde se miden las cosas. Veo que esa parte es muy anémica. O sea: estas banditas no tienen nada, hacen como una especie de caca reciclada».
El periodista Hernán Ferredós lo dejaría en claro allá por 2006, ya con el boom de Ahí vamos, el disco más rockero de la carrera solista de Gustavo: «¿Por qué Cerati, que claramente no es el músico más viejo, ni está cerca de ser quien hace la música más fechada del rock nacional, puede ser un viejo choto? A lo largo de la carrera de Soda Stereo, y en diversos proyectos solistas, Cerati siempre encarnó el costado más visible de lo novedoso en el rock argentino. Para algunos, su persecución de la actualidad musical sólo puede ser vista como la saludable necesidad de cambiar y renovarse, y para otros, será la pretensión de querer ser algo que no se es. Una pose, una máscara, ¿una careta?».
Fallecido Gustavo, su manera de encarar el trabajo musical, su delicia a la hora de componer, y sobre todo su legado traducido en su obra, no reciben ningún tipo de crítica. Al contrario, se le reconoce lo que quizás no era destacado en vida.
Cerati era vanguardista, y lo sabía. Aún renegando por un lado de ello. Y su silencio, el espacio que quedó en el rock y pop argentino tras su partida, acrecienta aquella idea de que difícilmente seamos testigos de un artista similar en lo que resta de nuestras vidas. En una época donde el repetir fórmulas termina siendo efectivo, donde la calidad se mide en hits de dos minutos, y en donde la curiosidad no es parte del juego musical, se extrañan esos «viejos chotos» que rompían el molde al que estábamos acostumbrados.
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