“Pasen, siéntanse como en su casa”. La sonrisa socarrona, los pasos alargados, la escalera infinita. El chiste sobrevuela la escena. Adrián Taverna nos invita a pasar a uno de los hoteles más reconocidos de Montevideo, como si fuera su casa. Como si fuera la nuestra.
Su estadía, en este caso, está ligada al recital que Babasónicos dará en la noche. Tiene tiempo, aclara. Son las 10 y media de la mañana. La idea de entrevistarlo, esta vez, surgió de casualidad. Lo que sería un café para actualizar conversaciones musicales y teóricas, derivó en una posibilidad que no debe dejarse pasar.
Claro, primero lo primero. La puesta a punto. El país. La Argentina. La triste magia política de destruir. “Es increíble el nivel de pobreza que tenemos”. En ese sentido se lo nota desgastado. Se lo pregunto. Me responde que más que desgaste, es desánimo. “Hubo un Presidente de ustedes, Batlle, que dijo que todos los argentinos éramos chorros”, recuerda. “Yo no lo soy, pero en algo tenía razón: todos los políticos argentinos son ladrones”.
Conversamos sobre la ilusión. Sobre cómo la gente “compra buzones” con los políticos. “Ya nadie hace propuestas”. Se critican, se señalan. Se acusan. Pero nadie construye. “¡Decime qué pensás hacer para cambiar las cosas!”.
Se acomoda en el sillón. Hablamos de lo hermoso que es Buenos Aires. Comparamos con Montevideo. No sé por qué, pero surge inevitablemente la idea de compararse. Bien de ser humano. Al pedo. Dos ciudades inigualables. “Yo vengo muy seguido a Uruguay”, sonríe. “Manejan otro ritmo”. Ese ritmo es característico. Al montevideano se lo toma como alguien “lento, cansino, pensante”. Buenos Aires es otra cosa, es vorágine, velocidad, furia.
Adrián comenta que piensa “en el día que se jubile”. Ya tiene 60 años, casi 61. “Por suerte el cuerpo y la cabeza siguen respondiendo”. Tiene decidido venirse a vivir a Uruguay. Al menos es un anhelo. “Ya tengo un terreno”. Es por allá, en el Este. Lo detalla. En un pequeño balneario de Maldonado, un poco alejado, pero al mismo tiempo cerca de todo. Eso le gusta, lo motiva.
Antes de prender el grabador le agradezco. La predisposición, sí, pero sobre todo las ganas de contar. Sabe perfectamente que nuestras charlas giran en torno a Soda Stereo y a Gustavo Cerati. Siempre. Le destaco cómo se manifiestan claramente las ganas que tiene de contar. Que no lo hace por compromiso. Cómo eso llama la atención, porque no es tan común, y lo termina diferenciando de otros protagonistas.
– Lo que a mí me tocó vivir es maravilloso. Las generaciones cambian, ha pasado mucho tiempo, y me parece bueno que se sepa. Como tengo tanto amor por toda esa etapa, y la gente me lo devuelve, me lo hace sentir por todos lados, cuando me ven en la calle, cuando me mandan saludos, siento la necesidad de contarlo de esa manera. Lo hago con muchísimo gusto. Estoy orgulloso de mi carrera, de lo que me tocó vivir, y me parece que está bueno que trascienda, porque sino todo moriría en mí. Todo se va diluyendo, y yo siempre siento que hay que mantener vivas las cosas, porque es en definitiva lo que me mueve en la vida.
Es una historia fuerte además…
– ¡Por eso! Es importantísimo contarlo. ¡La enormidad que fue Soda Stereo! Cambió la música de un continente. No pasa todos los días. Yo sigo viajando por todos lados, la cantidad de grupos que se han formado gracias que vieron a una banda que hacía la cosas bien, con calidad y en español. Cuando nosotros salimos a Latinoamérica la mayoría de las bandas que había en Colombia, en Venezuela… hacían covers de los temas en inglés que sonaban en la radio. Nadie se animaba a cantar en español. Soda le abrió la cabeza a un montón de gente, en el buen sentido, y cambió la historia. Eso no pasa todos los días.
Siendo parte clave además, no solo testigo.
– Sí, seguro. Por eso yo siempre hablo en plural. Por eso yo siempre digo “hicimos”. Lo sabe todo el mundo: yo no soy músico. Pero yo estuve en todos los procesos creativos. Grabé el demo del primer disco de Soda. O sea, los conozco desde antes que grabaran, y compartimos un montón de cosas durante 15 años, y en el caso particular de Gustavo, 30 años. Soy el único testigo que hay que presenció todos los shows de Soda Stereo. No sólo los presencié, si no que trabajé en ellos. Son más de dos mil shows (aunque nunca llegamos a una cuenta exacta). ¡Es un montón! Una vida entera. Por eso estoy siempre dispuesto a contar. Ya tengo casi 61 años, los recuerdos empiezan a borronearse (risas).
¿Nunca pensaste en hacer un libro?
– Sí. Estoy en eso, estoy en eso. Es todo lo que puedo responder (risas).
Redes sociales no manejás, ¿no?
– No. Tuve una cuenta de Instagram para promocionar un curso, pero nada más. No me llevo bien con las redes sociales, no me gustan. No me gusta el anonimato. No me gusta ver a gente que opina, como en Twitter, y no pone su nombre. Ni a favor, ni en contra. Soy de otra época.
Sin embargo sabés que tenés repercusión en las redes.
– Sí, claro. Estoy al tanto.
¿Cómo vivís con esa repercusión en internet? Porque sos una persona muy querida sin haber estado arriba de un escenario.
– Sí, lo sé y me hace muy feliz el cariño de la gente. En internet y afuera. Que me abracen en los lugares más insólitos. La gente me saluda, me pide una foto. Me dicen “gracias”, y yo lo vivo como…. ¡wow! Pero también, a ver, no es una falsa modestia, pero tengo una valoración muy alta de lo que hicimos. Y me reconforta mucho que la gente lo haya recibido de esa manera porque yo le puse muchas ganas a todo lo que hice. Muchas ganas, mucho amor, mucha dedicación, mucho tiempo. Un esfuerzo enorme. Lo hicimos con mucho corazón. ¡Aparte salimos de la nada! Era impensado hasta donde llegaron Soda y Gustavo.
Mucha gente se me acerca, me abraza y me dice “sos lo más cerca que estuve de Gustavo”, lo cual a mí me emociona, me mueve muchísimo. La relación que tuve con Gustavo… aparte de ser un artista enorme era mi amigo. Esa parte es la más difícil para mí respecto de la repercusión, pero la entiendo. Recibo muestras de cariño permanentemente. Hay gente que me dice “no es normal lo que te pasa a vos, porque nadie sabe quién es el sonidista de los Rolling Stones”. Y eso se lo tengo que agradecer a Gustavo porque él siempre me hacía partícipe. Me nombraba en las entrevistas, y la gente se da cuenta: en casi 30 años cambiaron de todo tipo de personas en el grupo, y hay uno solo que no cambió. Por algo será.
Una de las cosas que siempre se destacó de Soda es justamente el sonido.
– ¡Seguro! Aparte, otras de las cosas que otros músicos me elogian mucho, por ejemplo Calamaro, es que yo cambié el sonido en Latinoamérica. Antes el sonido era algo que acompañaba a los tipos que estaban en el escenario. Yo lo que siempre busqué desde chico es que vos, cuando vas a ver un concierto, no sientas lo mismo que al escuchar un disco en tu casa. La experiencia de estar en un concierto debe ser única. Yo siempre decía, y lo sigo manteniendo hoy en día, que uno no sólo escucha por los oídos. Uno escucha y siente por los sentidos. Entonces, que vos sientas una presión en el pecho, o en los huesos, hace al espectáculo. Es mi forma de sentir la música, es mi forma de ver las cosas. Lo hice así con todas las bandas con las que trabajé, y lo sigo manteniendo al día de hoy.
Se termina transformando en una característica particular.
– Sí, totalmente. Fue una búsqueda también. Son esas cosas que te tocan: vos estás en una época de la historia, de la música mundial, donde las cosas no son casuales. A ver, Soda aparece después de la dictadura en Argentina, y había dictaduras en todo el continente. Los primeros años de Soda íbamos a países como Chile, Perú, donde todavía estaban en dictadura, había toques de queda, con una presencia militar y policial muy fuerte. Y la música ayudó a sobrellevar esos momentos a la gente, a la juventud.
Parte del éxito de Soda Stereo estuvo ligado a eso.
– Sí, claro. Era todo gris en todo el continente. Mucha represión. Soda fue como una cosa de aire fresco que hacía falta. Yo creo que, independientemente de las canciones y de la música, fue algo liberador. Había necesidad en los jóvenes. Todas esas coincidencias hicieron que Soda fuera lo que fue.
Ese tipo de cuestiones terminan por explicar, por ejemplo, que el nombre Soda Stereo, a 16 años de su último show, siga manteniéndose vigente.
– Soda Stereo es una cosa que trasciende y va a quedar para siempre. Es indestructible, qué se yo. Es como una marca a fuego que queda para siempre. Es como una marca de un vehículo, de algo, no sé cómo definirlo. Yo me río muchas veces porque voy por algún lado y suena Soda, o suena Gustavo. Voy caminando por la calle y de algún local sale algo que están escuchando. Yo me digo a veces que me lo hacen a propósito, ¡que no soy tan importante! (risas) Pero bueno, es algo impresionante.
A fines de Diciembre estuve en una gira por Estados Unidos, iba caminando por Nueva York y miro asi, y digo “no, no puede ser”. ¡Sonaba Soda! Entré al negocio y no es que estaban escuchando un tema, ¡pasaban el disco entero! Así me ha pasado en montones de lugares insólitos, que sigue sonando, que sigue rankeando.
¿Vos sos de sentarte a escuchar a Soda o a Gustavo?
– No, no. La verdad es que no tengo tiempo. Escucho sin problemas, al contrario, cada vez que escucho un tema me remueven mucho las vivencias, los pensamientos. Es como ver una foto de mi mamá: es imposible que no me genere o no me acuerde de algo. Es algo tan grande, tan importante… y que sigue, sigue y sigue, y no decae.
Da la sensación que Gustavo, en un punto de su carrera, se amigó con la idea de que Soda Stereo generaba eso.
– No, no es que se amigó. Cuando fue la reunión de 2007, fue una necesidad. Como habíamos terminado tan mal en el 97, diez años después fue “bueno, hagamos algo”. Igual, terminamos de hacer esa gira y Gustavo me dijo “¡Soda Stereo nunca más!”. Hay gente que dice otra cosa, y es mentira. Gustavo me dijo “Soda Stereo nunca más”. Y la prueba fiel es que Gustavo tuvo un descanso de algunos meses, pocos, y empezó a trabajar en Fuerza natural. Los shows de la gira Fuerza natural no tenían ni un tema de Soda Stereo. Así que, el que quiera discutirme, que venga y me lo discuta en la cara.
Gustavo, en la gira Fuerza natural, tenía un solo tema de Soda Stereo, y que nunca había tocado la banda. Era “Zona de promesas”. Y era un tema que Gustavo necesitaba tocar solo, en un momento determinado del show, para que el resto de la banda se cambiara.
Claro, de negro a blanco.
– Exacto. Es fácil. Yo tengo los argumentos de porqué se hacían las cosas, y nadie me lo va a poder discutir en la vida. Insisto, el único que estuvo casi 30 años fui yo. Parece un ataque de soberbia, pero no, es la realidad. Entonces, no. No había intención de seguir. Gustavo se amigó un rato con Soda en la primera parte de la gira de reunión en 2007. Esa parte fue hasta placentera para él, y se sacó un peso de encima. Ya la segunda parte fue: “Otra vez volvimos a que sea todo muy tedioso”. Ya en el último River me dijo en la cara: “Esto nunca más”. Así que, al que le quepa mi respuesta, que recoja el guante.
Y en lo personal, ¿cuándo te diste cuenta que Soda Stereo ya había trascendido a sus integrantes?
– Yo creo que cuando hicimos la 9 de Julio, allá en 1991. Yo no entendía nada, siempre dije que esa noche me fui de mi trabajo habitual. Me asomaba de la consola, miraba para atrás, y había gente. Solo gente, y gente, y gente. Algunos dicen 150 mil, 250 mil, 350 mil. Y hay otro detalle: algunos periodistas, y algunos músicos que participaron, no saben ni dónde estaba el escenario. Es algo que no puedo entender. Muchachos, fíjense en las fotos. Fíjense en la filmación. El escenario está 5 cuadras más lejos de donde dicen todos que estuvo. Yo no lo puedo creer, yo estuve ahí. ¡Yo veía gente subida hasta arriba de la autopista! Y el escenario estaba sobre la Avenida Belgrano. ¡Son 12 cuadras de distancia, y el ancho de la 9 de Julio son 5 cuadras! Para mí habían mucho más de 300 mil personas.
¿Un show así lo podés disfrutar, o se te va la cabeza intentando entender lo que sucede?
– No, no, ya era demasiado. No sabíamos cuánta gente iba a ir. A ver, nosotros calculábamos que, al ser un evento gratuito, iba a haber muchísima gente. Ese evento hoy no se podría hacer. En Argentina, en las condiciones sociales que hay, hoy no se podría hacer. Termina en masacre. No están las condiciones dadas. En ese momento, al ser un evento gratuito, organizado, pensábamos que iban a ir 100 mil personas, 50 mil. De hecho, 50 mil nos parecía un montonazo. ¡Son 50 mil personas! Porque se revolean números como si fuera la lotería. 50 mil personas es un estadio de fútbol lleno. Imaginate 300 mil.
De hecho, venían tocando en Buenos Aires. No era como en otros momentos que estaban en el exterior por mucho tiempo.
– Exacto. Igualmente nosotros sentíamos como una deuda con Argentina porque nosotros nos pasábamos más tiempo afuera que en Argentina. Hubo épocas donde estuvimos casi un año sin tocar en Argentina. Eso sucedió hasta Canción animal, que fue cuando nos propusimos hacer una gira, por primera vez, a nivel nacional. Eran 40 conciertos solo en Argentina en tres meses. Para la época eso fue una locura, dos escenarios, mucha gente. Pero esa vez, nosotros dijimos: “Vamos a empezar acá, y vamos a terminar acá”. No era que las cosas nos sucedían solas, todo era pensado. Teníamos reuniones permanentemente, pensábamos qué hacer, qué no hacer.
Y una idea de desafío constante…
– Sí, siempre. De mejorar. De crecer. Siempre fue ese el objetivo. Terminamos de hacer la 9 de Julio y al otro día fue: “Bueno, ¿y ahora?, ¿qué hacemos?, ¿paso siguiente?”. No sé, ¿dos 9 de Julio? (risas) Es decir, cambiaba la calidad y siempre buscábamos lo mejor.
¿Eso surgía como una dinámica grupal en Soda Stereo o Gustavo bajaba cierta línea al respecto?
– Gustavo siempre fue el líder. Todos participábamos desde nuestro lugar y con nuestras ideas, pero obviamente la presencia más fuerte era la de Gustavo. Era el líder, es así. Cuando hay un líder o te tenés que acomodar, o te tenés que ir.
Te guste o no…
– Y sí. Si no estás para empujar hacia ese lado, te tenés que ir. Pero los desafíos eran permanentes. Nosotros, antes, habíamos ido a tocar a Estados Unidos en 1989. Después queríamos ver si podíamos incorporar más ciudades. Después, en 1992, el desafío era ir a Europa. Todo, siempre, tenía un desafío más.
Gustavo mantuvo esa llama encendida con su carrera solista.
– Claramente. Ya en su última etapa, por ejemplo, conversábamos. “¿Otra vez vamos a seguir haciendo toda la vuelta por Latinoamérica?”. Así surgió el proyecto de ir a Japón. También a otros países de Europa. Habíamos tocado en Inglaterra, en España…
De hecho para Fuerza natural llegaron a poner a la venta entradas para los shows en España, para Octubre de 2010.
– Sí. Cuando nosotros hicimos el que fue el último show de Gustavo, en Venezuela, viajaba después a España para hacer prensa. Y a los meses íbamos a tocar ahí.
¿La idea de tocar en Japón era con Fuerza natural, o como un futuro proyecto?
– Con Fuerza natural, sí. Te cuento: en Japón había un club de fans de Soda. Como nosotros con Soda nunca fuimos a Japón, la gente venía de Japón a México porque les quedaba más cerca. Y venían japonesas a vernos, eran mujeres sobre todo, y era muy gracioso. A raíz de eso, que hicieron un club de fans en Japón, se armó la idea: “¿Che, y por qué no vamos a Japón?”
Hubiera sido histórico.
– Sí, teníamos ese plan. Primero queríamos ir a Europa, ya no solo España. Queríamos tocar en varias ciudades: Berlín, París, Londres. Queríamos ir a otras ciudades de Inglaterra y varias ciudades de España. En realidad, ya teníamos como 20 shows para hacer en Europa con Fuerza natural. Esa era la idea.
Después de muchos años, la compañía nos había vuelto a dar su apoyo, porque Sony no había apoyado mucho el desembarco en Europa, lo veían muy difícil. Nosotros ya habíamos hecho dos giras por España, en 2004 y 2006. Esas giras las bancó Gustavo de su bolsillo.
¿Con Canciones elegidas y Ahí vamos?
– Exacto. Gustavo apostaba a que nos iba a ir bien. Público había: argentinos, uruguayos, peruanos, de todo. En Europa hay montones, pero Gustavo no pretendía tocar exclusivamente para los que extrañaban sus tierras.
¿Buscaba captar nuevo público?
– ¡Claro! Sí, sí. Gustavo fue a tocar con Shakira en Alemania, en 2007. También en Turquía. Esas cosas eran estratégicas para abrir nuevos mercados. Tenía esa ambición. Nosotros no éramos improvisados. Las cosas que hacíamos las consensuábamos, y veíamos qué era lo que nos convenía, y eso era estrategia. Así se mueve el mundo.
¿Hoy en día, con la ausencia física de Gustavo, sentís que se lo valora más que estando en vida?
– Sí, sin dudas. Hoy Gustavo es mucho más valorado que cuando estaba vivo. Es más, muchos descubrieron su obra después. Te dicen: “Che, pero este disco es increíble”. Y tiene 20 años quizás el disco. Me pasa con gente grande. Gente contemporánea que, a veces por prejuicio, sin haberlo escuchado o sin haberlo visto, lo desechaban. Yo creo que lamentablemente su partida de este mundo ha acrecentado el mito y la valoración. A mí me da pena eso, ¿por qué no se lo dijeron cuando estaba vivo? Pero bueno, eso no depende de mí.
¿Gustavo se llegó a sentir admirado al menos?
– Sí, respetado en realidad. La admiración llegó bastante después.
¿A él le importaba sentirse respetado?
– Sí, claro. Como a mí, como a todos. Si vos te esforzás mucho, si te das cuenta que sos bueno en lo que hacés, que no te reconozcan es feo. Te preguntás si estás haciendo bien, o si estás haciendo mal, qué se yo.
Hay un mito que se derribó el día que lo velaron en la Legislatura, con la cantidad de gente que fue, que era que Gustavo no era un artista popular.
– Sí, seguro. A Gustavo se lo tildaba de ser de determinada clase social. Y nada que ver. ¿Sabés qué pasa también? En Argentina la gente es muy prejuiciosa. Entonces, como inventaban esas cosas de que si te gustaba Soda no te podían gustar los Redondos, o viceversa… yo trabajé con Skay. A Skay y a la Negra Poli los conozco hace 40 años, nos conocíamos todos, tocábamos en los mismos lugares. Pero esa necesidad de River-Boca, de Peñarol-Nacional, esas cosas que no suman nada. Restan siempre. No sirven para nada, no entiendo qué se quiere demostrar con eso. A mí me gusta Soda y me gustan los Redondos, ¿qué tiene que ver?, ¿me hace menos de uno y más del otro? Son boludeces.
¿Había admiración entre Skay y Gustavo?
– No, respeto. E insisto: por todo lo externo en realidad. Son dos tipos que, para mí, tenían más coincidencias que contradicciones en lo musical. Si vos escuchás los primeros discos de los Redondos son muy parecidos a cosas de Soda. Y yo, en la última etapa que trabajé 4 o 5 años con Skay, escuchaba cosas que probábamos y demás, y decía: “¡Es como Gustavo!” (risas).
Son cuestiones generacionales. Lo que escuchábamos nosotros era lo mismo que escuchaban los Redondos. Lo que sonaba en la radio, en todos lados, lo que estaba de moda en el mundo, era lo mismo para todos. No es que haya diferencia de edad en ese aspecto. El primer disco de Soda salió en 1984, el de los Redondos en 1985. Ellos tardaron más en sacar un disco, pero al mismo tiempo tenían más carrera, venían de los años 70s. Venían de otras situaciones, un poco más grandes de edad el Indio y Skay. Pero bueno…
Cuando estaba instalada esa discusión mediática, esa rivalidad creada, ¿cómo lo tomaban?
– Nunca ninguno de los dos lados habló del otro. Buscame alguna declaración de aquella época. No hay. Después, sí. Hubo algunas chicanas o indirectas pero porque ya era demasiado hinchapelotas y nadie salía a aclarar.
Claro, nadie lo cortaba.
– Nadie lo cortaba. Pero bueno, tampoco de ninguno de los dos lados apoyaron esa división. Justo ayer antes de venirme para acá estaba leyendo una declaración vieja del Indio, que me gustó mucho, sobre Gustavo. El siempre dijo que Soda Stereo no le gustó nunca, pero que la carrera de Gustavo le parecía maravillosa. Y dijo que Cerati era algo así como un arquitecto del sonido, que le fascinaba eso. Y la verdad que esas cosas me gustan. Me gusta que pasen, sobre todo de alguien que parecía estar tan en la vereda de enfrente.
A mi me ha pasado, y esto te lo juro, de hacer shows de Skay y que la gente me reconociera. Venían a sacar una foto y me decían: “Mirá”, y tenían algún tatuaje de Gustavo o de Soda. Pero ahí era como que no podían decir nada (risas). Y yo, que soy como un emblema de Soda Stereo o de Cerati, me sentía extraño. Los primeros shows que hice con Skay, la gente me miraba así, de reojo, como diciendo: “¿Y éste que hace acá?”. Después venían, “Taverna, ¿por qué no le hiciste sonido a los Redondos, que sonaban como el orto?,¡con vos hubiésemos sido gloriosos!” (risas). Yo puedo decir que tengo el reconocimiento de los que supuestamente deberían ser contras. Y no existe eso, la música es música.
Hace algunos años te lo pregunté, pero me gustaría que me respondieras nuevamente, ¿cómo definirías a Gustavo Cerati en este 2023?
– (Risas) ¡Lo mismo! Gustavo era un marciano. No tengo ni uno parecido, nadie que se le acerque. Conocí a muchísimos músicos, y no hay nadie como él. Una bestia como cantante, como compositor, como productor. Era el número 1 en todos los rubros. No hay muchos así, es único. No hay ni va a haber otro igual.
Y ese lugar no se ocupa…
– No, no. Lamentablemente no. ¿Sabés qué es lo que tiene de bueno? Que ha inspirado a creer, por más que no sepan tocar. Yo conozco bandas que cuando nos vieron dijeron: “Quiero hacer eso”. Y nunca habían visto ningún instrumento siquiera en fotos. Pero Gustavo les generó eso, y se dieron cuenta que tenían algo para decir, para expresarse. Yo creo que eso es lo más grande que dejó Gustavo: ser un artista inmenso, enorme, pero además inspirador. Ha logrado que a miles y miles de personas les haya cambiado la vida. Inclusive a mí.
¿Y a Adrián Taverna cómo lo definirías?
– ¡Un milagro! (risas).
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