ENREMOLINOS

Se cumplen 20 años de la edición de ‘Amor amarillo‘, de Gustavo Cerati

Nació casi por casualidad, en el exilio del líder de Soda y mientras esperaba su primer hijo; se convirtió en un disco clave en su carrera. Cecilia Amenábar, Tweety González, Zeta Bosio y Alejandro Ros reconstruyen la historia de canciones modernas aún hoy.

Hace algunos años, Gustavo Cerati confesó: “Una vez vi un CD mío a diez pesos. Me dio vergüenza y me lo llevé”. El disco al que se refería el líder de Soda Stereo es Amor amarillo, que el viernes cumplió dos décadas. Si bien es cierto que fue su primer trabajo en solitario, el tiempo se encargó de darle ese lugar, pues al momento de su aparición se le consideró una aventura sonora más. Esa ópera prima, a pesar de que fue bien recibida, puso a sonar las alarmas entre los seguidores del trío debido a que demostró que, tras el llamado de atención que significó el tándem con Daniel Melero para Colores santos (1992), el músico era capaz de llevar adelante una carrera unipersonal –al menos compartida–, además en una época en la que las relaciones en la banda evidenciaban su desgaste. Mientras meditaba acerca de su futuro en la terna, el cantautor conoció la noticia del embarazo de su esposa, la artista chilena Cecilia Amenábar, del primogénito de ambos, Benito: eso lo motivó a mudarse una temporada al otro lado de la Cordillera.

Amor amarillo es un álbum un tanto particular, lo que lo convierte, justamente, en una obra especial. Su confección no estuvo dominada por la reflexión sino por el impulso, a diferencia de Bocanada (1999), que, pese a que es el segundo título de la discografía personal de Cerati, fue la primera superproducción fuera de Soda: muchos, incluso su autor, le dieron el trato de debut. “No estoy pensando en desarrollar una carrera solista. Simplemente hice un disco solo”, aseguraba el artista en una de las pocas entrevistas que dio para promocionar esta producción, recogida por la periodista Maitena Aboitiz en una investigación que derivó en el libro Cerati en primera persona (2012). Eso lo convierte en una de las escasas fuentes de consulta sobre este material, sobre todo luego de que el músico de 54 años sufriera en 2010 un ACV que lo dejó postrado: “Cuando me embarqué en esta historia de ser padre tuve la necesidad de hacer una limpieza. Fueron diez años de andar girando, y después de Dynamo vino bien colgar los guantes un tiempo. Hasta la muerte de mi viejo, en 1992, mi vida estaba programada”.

Cuando terminó el tour de Dynamo, en el que me embarqué con él por tres meses, Gustavo tomó la decisión de irse a Chile. En febrero me comentó: ‘La verdad es que esto no da para más. Tengo que salir un poco de Buenos Aires, del grupo’”, evoca a Página/12 la ex cónyuge de Cerati, testigo, coprotagonista y musa de ese álbum, con la que se casó en 1992 y tuvo también una hija: Lisa. “Le dije que se viniera, pero le advertí que no podía dejar mis estudios universitarios. A lo que me respondió: ‘Me llevaré algunas cosas para hacer un disco. Ayudame’.” Así que se llevó lo estrictamente necesario para improvisar un estudio en Santiago. “Cuando llegó tuvo problemas para pasar sus equipos. Estaba muy ofendido con la aduana chilena porque no lo habían tratado como a una estrella… tuvimos que llamar a un tío para que nos asistiera. Se vino con todo: guitarras, teclados, bajo, consola. En casa, por suerte, tenía unos parlantes, a los que se enganchó. Me tomó todo el comedor y el living, que, por suerte, estaban separados de las habitaciones. Ese disco lo hizo ahí.

Antes de comenzar a trabajar en el primero de sus cinco álbumes de estudio, Gustavo recibió una noticia que no sólo le dio orientación al eje inspirativo del disco, sino que lo obligó a extender su estadía. “Para el día de su cumpleaños nos enteramos de que estaba embarazada. Venía de buscar el test”, recuerda Amenábar. “Entonces me contestó: ‘Me quedo todo el año, hasta que nazca el bebé. Acabá tus clases y terminamos el disco con el parto’. Se armó un mini quilombo en su vida, pero para bien, fue muy motivador.” Los meses pasaron entre embarazo, canciones y facu, a los que se sumaron amigos chilenos. “El trabajaba hasta las cuatro de la mañana, al tiempo que yo dormía. A veces con auriculares, porque Gustavo es re-noctámbulo. Vivía en un departamento en Providencia, en una parte que es muy parecida a Callao y Santa Fe, en el límite donde empiezan Las Condes, una zona neurálgica. Y venían amigos, porque en Santiago la gente se junta mucho. Así que se puso horarios. Mientras iba a clase, avanzaba un poco, y a la noche, tarde, le bajaba la inspiración.

Si bien la artista chilena asegura que no tenía problemas con dormir con un poco de ruido, una noche se levantó invitada por el beat de una canción. “Cuando estaba haciendo ‘Pulsar’ escuché los acordes, me acerqué medio dormida, y le dije que eso debía llevar un coro y me respondió: ‘Hacelo’. Me arengaba para que hiciera cosas, pero yo estaba ocupada con lo mío. A veces me arrepiento de no haber metido más cuchara porque me daba permiso, me incentivaba. No me olvido de esa noche: aparte de que el ritmo era bien pegote; así empecé a colaborar.” Además de que era uno de sus temas favoritos de Amor amarillo –era un fijo en sus shows–, Cerati consideraba a ese single, el punto de partida de Bocanada. “Los pulsares son metrónomos cósmicos, y se asemejan en que laten en los confines del Universo”, dice Cerati en el libro de Aboitiz. “De una ecografía extraje una muestra de los latidos de mi hijo, y los mezclé con el sonido de un geiser en ebullición. Eran tan parecidos e hipnóticos que me hicieron pensar que la vida era gas” (“Es que la vida es gas, y es tan dulce traspasarla”, reza la letra).

“Pulsar” es también una declaración de principios de Cerati sobre la apropiación de la música electrónica en su propuesta de allí en más, aunque ya existían indicios de su interés por ésta en Rex Mix (1991). “Gustavo siempre estuvo influido por los dos últimos años de música”, afirma Tweety González, músico y productor que participó en Amor amarillo como asistente de programación y consultor de audio. “Para mí Amor… tiene una conexión con Canción animal, el equipamiento para hacer los demos de ambos discos fue el mismo. Se hicieron con la MPC60 (instrumento diseñado para hacer música electrónica, lanzado en 1988). Cuando la llevé a la banda fue su centro de creación hasta la separación de Soda. No había computadoras, no había otra forma. Esa manera de trabajar la llevó al máximo, al punto de que el baterista iba a ser Daniel Colombres, pero la programación sonaba tan bien que desistió de invitarlo.

La estadía en la capital chilena coincidió con el auge de la música electrónica que experimentaba la capital sudamericana. “Me acompañaba a las raves”, apunta Amenábar, quien suele compartir su rol materno y artístico con ocasionales sets como DJ. “El día antes de parir, había una que hacían amigos míos, Barracuda, donde conoció a Andrés Bucci y Christian Powditch, con los que luego formó Plan V. Yo me quedé, porque tenía fecha para el día siguiente. El volvió a las 5 o 6 de la mañana, comenzó el trabajo de parto y nos fuimos para la clínica. Chile tiene una onda bien techno, al menos en esa época. Muchos de los que se fueron a Alemania en el exilio, estaban volviendo o trayendo DJs de Detroit y Frankfurt. Había una movida interesante, y a mí me gustaba ese tipo de música. Porque teníamos gustos en común, lo fui tirando para ese lado. Fue una corriente de esos años, en las que las fiestas se organizaban en casas tomadas, con estimulantes y una gran psicodelia.

Amén de la electrónica británica de comienzos de los ’90 y del dream pop, Amor amarillo tomó prestadas ideas de psicodelia y del folk. Un trabajo tan en sintonía con el momento en el que fue creado que, si se lo hubiera tomado con menos distensión, seguramente a su autor le hubiera causado angustia por lo incomprendido que fue. “En la Argentina nadie hablaba de indie, al menos el concepto que se maneja hoy. Apenas comenzaba a asomarse”, asevera González, productor de Gustavo en Ahí vamos, que consolidó la apuesta solista del cantautor, al permear en ese gran público que añoraba la vuelta de Soda. “Ese trabajo estuvo impulsado por la lluvia musical de ese año, pero también con mucho olor a los ’80 de acá.” Para Amenábar, coautora de “Ahora es nunca”, lo más llamativo fue la diversidad que atraviesa al repertorio. “Después de escuchar un techno bien de la onda de Primal Scream, el álbum entraba en contraste con canciones como ‘A merced’, más acústica, con guitarras románticas, playeras y lentas.

La casa de campo de la familia de Cecilia en las afueras de la capital chilena fue otro de los bastiones que iluminaron el debut discográfico en solitario de Cerati. “Salíamos mucho los fines de semana largos. Teníamos contacto con la naturaleza”, describe su ex esposa, en su casa bonaerense. “Se compró una guitarra en Santiago, que aún conservo, y se la llevaba. ‘Lisa’ está inspirada ahí, pues en un lago próximo abundan los pejerreyes y la lisa, que no se come tanto porque tiene espinas chiquititas.” Si bien muchos suponen que la hija de la pareja inspiró la canción, la realidad es que nació dos años más tarde. De hecho, la idea de su nombre surgió de la forma más impensable. “No sabíamos qué nombre ponerle, y como Benito era fanático de Los Simpson, la llamamos como la hermana de Bart.

Otra de las fábulas del rock es que la canción “Te llevo para que me lleves” es una ofrenda a Benito Cerati. “No está dedicada a él, es de nosotros dos”, despeja la conductora televisiva de 42 años, que tiene una participación vocal en ese primer single de Amor amarillo. “Era él llevándome a mí y yo a él, de un lado para otro, en la montaña, en el avión. Siempre andábamos en la calle bailando o cantando. En México nos llevaron presos por manifestar nuestra felicidad públicamente… ‘Están borrachos, drogados’, nos decían. Y una vez que él tenía libre en la gira de Dynamo, en Venezuela, salimos a un parque de diversiones. Ahí empezó lo de tú me llevas y yo te llevo. A la vuelta en el hotel, estaba con el cuadernito escribiendo la letra del tema.” Pero los latidos del vástago se pueden escuchar al final del single. “Es parte de este disco, en realidad es este álbum. Pese a que Gustavo en uno de los temas dice que me ama, lo que me hizo sentirme halagada y correspondida, todo eso era también por el hijo que venía en camino. Un triángulo. No era sólo una pareja, sino una situación de a tres.

La confusión acerca de que el primer corte de Amor amarillo fuera un tributo a su primogénito quizá la causó el clip en el que Cecilia exhibe con orgullo su panza de ocho meses. “La compañía decidió que fuera el primer single, y pidieron que participara en el video. Una semana después de que se habló con los directores Daniel Bohm y Pablo Fischerman, vinieron a Chile. Conseguí que nos alquilaran la cámara, y nos trajimos boludeces de mi casa, vestuario comprado en Los Angeles, y el trajecito que Gustavo tiene puesto (Benito lo usó en 2011 en un show en vivo), que se lo regaló Jordi, un amigo que vende ropa usada. Los realizadores no tenían mucha idea de lo que querían hacer, y nosotros tampoco. Fue poner la cámara y listo. Llegaron un lunes a la noche, y el martes debían filmar algo. Y al otro día fuimos a un paraje cerca de Santiago para poner un poco de paisaje. Había neblina, Gustavo se vistió medio loco, y le pedimos prestada esa guitarra blanca. Fue la experimentación sobre el momento.

Así como Venezuela fue el núcleo para la manufactura de uno de los grandes éxitos en la trayectoria de Cerati, el tramo caribeño de Dynamo, a comienzos de 1993, abrió el concepto de Amor amarillo (al igual que Colores Santos y Ruido blanco, el título gira en torno de la luz). Y es que para el cantautor argentino la querencia es de ese color. “Cuando fuimos a Centroamérica con Soda, estuvimos en México y Venezuela. En playas de estos países como Los Roques empezamos a recoger pedacitos de piedras amarillas que usaban para collares y nos llenamos de ellas”, rememora Amenábar. “Creo que lo tomó de ahí. Se quedó pegado con esa de ámbar y transparencia. Era la energía, el sol.” Mientras escuchaba discos de Ultra Vivid Scene, Galaxie 500, Spiritualized y Eye in the Sky, de Alan Parsons Project, comenzó a componer los temas, casi todos en el mismo período, salvo “Rombos”, de la era de Colores santos. “Es bastante de escribir, especialmente en sus momentos de mayor tranquilidad. Las letras apuntaban a algo más personal, a su paternidad, a tomar otra ruta.

Aunque el disco fue plasmado principalmente en ese living en Santiago de Chile –con alguna incursión en la sala Ambar de esa ciudad–, se terminó de mezclar y grabar en Buenos Aires, en lo que fue el estudio Supersónico, propiedad del trío. “En unas vacaciones de invierno mías vinimos para acá, pues debía hacer el master y los toques finales”, detalla la artista chilena, quien tocó el bajo en el tema “A merced”. A lo que Tweety adhiere: “Antes de grabar fui a su casa, me mostró temas y vimos cosas con el teclado, porque el chiste era que ejecutara todos los instrumentos, incluso el bajo, que le encantaba. Ya lo había hecho en demos de Canción animal como ‘Hombre al agua’”, reseña el músico y productor en su estudio de Villa Urquiza, dueño desde hace muy poco de su propio sello, Twitin Records. “Fue muy largo de hacer, porque en esa época había un lapso determinado para hacer una grabación debido a que previamente tenías que saber lo que querías.

Otra de las cualidades de esta realización, más allá de los estilos en los que se amparó, del punto de partida de inspiración y de la forma de trabajar el disco (siempre de alta fidelidad), fue su intimidad. Además de Amenábar y Tweety, el otro partícipe, amén del equipo técnico encabezado por Mariano López, fue Zeta Bosio, quien al final prestó su bajo para ‘Amor amarillo’, colocó teclados y participó en calidad de coproductor. “Veníamos muy atrasados con el próximo disco de Soda, Sueño stereo”, recapitula Zeta, celular en mano, antes de salir de gira como DJ a Colombia y Costa Rica. “Me sorprendió cuando me dijo que iba a hacer un material solista, pero quería que lo ayudara. Es una producción muy linda, fina. Hasta lo acompañé a la radio para tocarlo. Había una campaña para dejar de fumar, y varios del equipo de Soda nos sumamos, salvo Gustavo. Justo el día en que comenzaba la grabación, era la fecha. Y me quería matar, pero no probé un cigarrillo en 20 años.

Ese guiño a Zeta fue una manera de reconciliarse con el grupo. “Tenía un poco de ganas por lo que significaba tener una banda, pero también sentía angustia porque había una parte que quería y otra que no. Al final, pudo consensuar”, analiza Cecilia. “Fue muy importante cuando murió el hijo de Zeta (Tobías falleció en julio de 1994). Eso los acercó y volvieron a verse. Tenía que resolver una relación él, particularmente, porque Charly estaba listo para hacer otro disco. Ahí hubo un poco más de calma para el regreso de Soda. Gustavo formaba parte de una banda, lo aunaba un contrato, y ahí pensó: ¿Por qué no hago las dos cosas?’”. Tweety, productor de Trip tour, primer álbum de Zero Kill (laboratorio sonoro de Benito Cerati) que salió a la venta en octubre, opina: “No iban a comer asado todos los domingos, pero la relación era lo suficientemente buena para seguir ensayando y tocando. En el ’89, cuando entré a tocar con ellos, Soda estaba muy arriba. No obstante, ahí empezó a la degradación de la unidad extra musical del principio. Era más laburo”.

En octubre de 1993, cuando Cerati ya tenía listo el álbum, se reunió con Alejandro Ros y Gabriela Malerba para definir el arte. “Benito no había nacido, y yo estaba en exámenes finales. Dejé la universidad sin terminar la tesis. Estudié cine, así que me puse después a trabajar”, puntualiza la artista. “Gustavo fue para el parto y se quedó. Lanzó el disco y nunca lo promocionó. Vino el día de la presentación, hicieron un cóctel, unas fotos y se fue a Chile hasta marzo o abril. Nunca le dio mucha bola a ese repertorio tras editarlo. Era muy personal.” Idea que González completa: “Amor amarillo se diferencia del resto porque no lo salió a tocar en vivo. Fue pensado más para el estudio. Al no haber baterista, todo era por línea. La compañía no le metió los mismos cañones. No hubo estrategia comercial como pudo haber en otro momento. Pero esa licencia artística fue estupenda. Fue un refresco para la escena. Basta compararlo con los trabajos que salieron ese año.

El mes pasado, la columna “Mapa genético” del programa Territorio Comanche (FM Nacional Rock) le dedicó un capítulo a Amor amarillo. En esa sección, Eduardo Fabregat –periodista de este diario– rescató una entrevista de 1997 en la que Cerati analizó el contexto en el que realizó el disco que, en sintonía con lo que sucedía en el resto del mundo, demostró que se podía bailar y ser rockero: “Cierto destierro fue interesante para mí, me liberó en cierto aspecto. Luego de Dynamo, que fue uno de los discos más interesantes del grupo, me pareció tortuoso lo que vendría después. En un momento quería que el grupo se terminara, y pensé en mi incipiente familia. Fue duro para Charly y para Zeta, costó bastante que entendieran que no fue una decisión caprichosa. No podía armar una banda y tocar y seguir adelante. Amor amarillo fue un disco circunstancial, así que seguí con Soda, que fue lo que hice, porque no podía conciliar ambas cosas”.

Al consultarle qué es lo que le pasa por la cabeza o el cuerpo cada vez que lo escucha, Amenábar es clara: “Lo que siento es puro amor. Fue una época muy luminosa de nuestras vidas, de cuando vas a traer un hijo al mundo, y más si viene acompañado de música. Es como mi tercer hijo, si bien es un disco más del papá”. Lo más cercano al sonido efectivo, despojado y raudo de ese repertorio inaugural propio fue rescatado años más tarde por “Tu locura”, al que al artífice incluyó en el compilado Canciones elegidas 93-04. Ese single, aria indie de dos minutos y medio compuesto para la telenovela Locas de amor, recrea ese trato artesanal de su trabajo de 1993. “Es uno de los discos menos vendido y comprendidos de Gustavo porque lo hizo fuera de la banda, y porque a mucha gente no le gustó que se fuera a Chile. Aunque para mí es sencillo, psicodélico, amoroso, y bárbaro. Se llenó de energía, de bondad, de naturaleza, y le salieron un montón de canciones como más hippie, muy auténticas. Está sintiendo lo que canta y lo que dice. No hay cosas impostadas. Y nuestros hijos todavía las escuchan.

| Por: Página 12 |

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Nació casi por casualidad, en el exilio del líder de Soda y mientras esperaba su primer hijo; se convirtió en un disco clave en su carrera. Cecilia Amenábar, Tweety González, Zeta Bosio y Alejandro Ros reconstruyen la historia de canciones modernas aún hoy.

Hace algunos años, Gustavo Cerati confesó: “Una vez vi un CD mío a diez pesos. Me dio vergüenza y me lo llevé”. El disco al que se refería el líder de Soda Stereo es Amor amarillo, que el viernes cumplió dos décadas. Si bien es cierto que fue su primer trabajo en solitario, el tiempo se encargó de darle ese lugar, pues al momento de su aparición se le consideró una aventura sonora más. Esa ópera prima, a pesar de que fue bien recibida, puso a sonar las alarmas entre los seguidores del trío debido a que demostró que, tras el llamado de atención que significó el tándem con Daniel Melero para Colores santos (1992), el músico era capaz de llevar adelante una carrera unipersonal –al menos compartida–, además en una época en la que las relaciones en la banda evidenciaban su desgaste. Mientras meditaba acerca de su futuro en la terna, el cantautor conoció la noticia del embarazo de su esposa, la artista chilena Cecilia Amenábar, del primogénito de ambos, Benito: eso lo motivó a mudarse una temporada al otro lado de la Cordillera.

Amor amarillo es un álbum un tanto particular, lo que lo convierte, justamente, en una obra especial. Su confección no estuvo dominada por la reflexión sino por el impulso, a diferencia de Bocanada (1999), que, pese a que es el segundo título de la discografía personal de Cerati, fue la primera superproducción fuera de Soda: muchos, incluso su autor, le dieron el trato de debut. “No estoy pensando en desarrollar una carrera solista. Simplemente hice un disco solo”, aseguraba el artista en una de las pocas entrevistas que dio para promocionar esta producción, recogida por la periodista Maitena Aboitiz en una investigación que derivó en el libro Cerati en primera persona (2012). Eso lo convierte en una de las escasas fuentes de consulta sobre este material, sobre todo luego de que el músico de 54 años sufriera en 2010 un ACV que lo dejó postrado: “Cuando me embarqué en esta historia de ser padre tuve la necesidad de hacer una limpieza. Fueron diez años de andar girando, y después de Dynamo vino bien colgar los guantes un tiempo. Hasta la muerte de mi viejo, en 1992, mi vida estaba programada”.

Cuando terminó el tour de Dynamo, en el que me embarqué con él por tres meses, Gustavo tomó la decisión de irse a Chile. En febrero me comentó: ‘La verdad es que esto no da para más. Tengo que salir un poco de Buenos Aires, del grupo’”, evoca a Página/12 la ex cónyuge de Cerati, testigo, coprotagonista y musa de ese álbum, con la que se casó en 1992 y tuvo también una hija: Lisa. “Le dije que se viniera, pero le advertí que no podía dejar mis estudios universitarios. A lo que me respondió: ‘Me llevaré algunas cosas para hacer un disco. Ayudame’.” Así que se llevó lo estrictamente necesario para improvisar un estudio en Santiago. “Cuando llegó tuvo problemas para pasar sus equipos. Estaba muy ofendido con la aduana chilena porque no lo habían tratado como a una estrella… tuvimos que llamar a un tío para que nos asistiera. Se vino con todo: guitarras, teclados, bajo, consola. En casa, por suerte, tenía unos parlantes, a los que se enganchó. Me tomó todo el comedor y el living, que, por suerte, estaban separados de las habitaciones. Ese disco lo hizo ahí.

Antes de comenzar a trabajar en el primero de sus cinco álbumes de estudio, Gustavo recibió una noticia que no sólo le dio orientación al eje inspirativo del disco, sino que lo obligó a extender su estadía. “Para el día de su cumpleaños nos enteramos de que estaba embarazada. Venía de buscar el test”, recuerda Amenábar. “Entonces me contestó: ‘Me quedo todo el año, hasta que nazca el bebé. Acabá tus clases y terminamos el disco con el parto’. Se armó un mini quilombo en su vida, pero para bien, fue muy motivador.” Los meses pasaron entre embarazo, canciones y facu, a los que se sumaron amigos chilenos. “El trabajaba hasta las cuatro de la mañana, al tiempo que yo dormía. A veces con auriculares, porque Gustavo es re-noctámbulo. Vivía en un departamento en Providencia, en una parte que es muy parecida a Callao y Santa Fe, en el límite donde empiezan Las Condes, una zona neurálgica. Y venían amigos, porque en Santiago la gente se junta mucho. Así que se puso horarios. Mientras iba a clase, avanzaba un poco, y a la noche, tarde, le bajaba la inspiración.

Si bien la artista chilena asegura que no tenía problemas con dormir con un poco de ruido, una noche se levantó invitada por el beat de una canción. “Cuando estaba haciendo ‘Pulsar’ escuché los acordes, me acerqué medio dormida, y le dije que eso debía llevar un coro y me respondió: ‘Hacelo’. Me arengaba para que hiciera cosas, pero yo estaba ocupada con lo mío. A veces me arrepiento de no haber metido más cuchara porque me daba permiso, me incentivaba. No me olvido de esa noche: aparte de que el ritmo era bien pegote; así empecé a colaborar.” Además de que era uno de sus temas favoritos de Amor amarillo –era un fijo en sus shows–, Cerati consideraba a ese single, el punto de partida de Bocanada. “Los pulsares son metrónomos cósmicos, y se asemejan en que laten en los confines del Universo”, dice Cerati en el libro de Aboitiz. “De una ecografía extraje una muestra de los latidos de mi hijo, y los mezclé con el sonido de un geiser en ebullición. Eran tan parecidos e hipnóticos que me hicieron pensar que la vida era gas” (“Es que la vida es gas, y es tan dulce traspasarla”, reza la letra).

“Pulsar” es también una declaración de principios de Cerati sobre la apropiación de la música electrónica en su propuesta de allí en más, aunque ya existían indicios de su interés por ésta en Rex Mix (1991). “Gustavo siempre estuvo influido por los dos últimos años de música”, afirma Tweety González, músico y productor que participó en Amor amarillo como asistente de programación y consultor de audio. “Para mí Amor… tiene una conexión con Canción animal, el equipamiento para hacer los demos de ambos discos fue el mismo. Se hicieron con la MPC60 (instrumento diseñado para hacer música electrónica, lanzado en 1988). Cuando la llevé a la banda fue su centro de creación hasta la separación de Soda. No había computadoras, no había otra forma. Esa manera de trabajar la llevó al máximo, al punto de que el baterista iba a ser Daniel Colombres, pero la programación sonaba tan bien que desistió de invitarlo.

La estadía en la capital chilena coincidió con el auge de la música electrónica que experimentaba la capital sudamericana. “Me acompañaba a las raves”, apunta Amenábar, quien suele compartir su rol materno y artístico con ocasionales sets como DJ. “El día antes de parir, había una que hacían amigos míos, Barracuda, donde conoció a Andrés Bucci y Christian Powditch, con los que luego formó Plan V. Yo me quedé, porque tenía fecha para el día siguiente. El volvió a las 5 o 6 de la mañana, comenzó el trabajo de parto y nos fuimos para la clínica. Chile tiene una onda bien techno, al menos en esa época. Muchos de los que se fueron a Alemania en el exilio, estaban volviendo o trayendo DJs de Detroit y Frankfurt. Había una movida interesante, y a mí me gustaba ese tipo de música. Porque teníamos gustos en común, lo fui tirando para ese lado. Fue una corriente de esos años, en las que las fiestas se organizaban en casas tomadas, con estimulantes y una gran psicodelia.

Amén de la electrónica británica de comienzos de los ’90 y del dream pop, Amor amarillo tomó prestadas ideas de psicodelia y del folk. Un trabajo tan en sintonía con el momento en el que fue creado que, si se lo hubiera tomado con menos distensión, seguramente a su autor le hubiera causado angustia por lo incomprendido que fue. “En la Argentina nadie hablaba de indie, al menos el concepto que se maneja hoy. Apenas comenzaba a asomarse”, asevera González, productor de Gustavo en Ahí vamos, que consolidó la apuesta solista del cantautor, al permear en ese gran público que añoraba la vuelta de Soda. “Ese trabajo estuvo impulsado por la lluvia musical de ese año, pero también con mucho olor a los ’80 de acá.” Para Amenábar, coautora de “Ahora es nunca”, lo más llamativo fue la diversidad que atraviesa al repertorio. “Después de escuchar un techno bien de la onda de Primal Scream, el álbum entraba en contraste con canciones como ‘A merced’, más acústica, con guitarras románticas, playeras y lentas.

La casa de campo de la familia de Cecilia en las afueras de la capital chilena fue otro de los bastiones que iluminaron el debut discográfico en solitario de Cerati. “Salíamos mucho los fines de semana largos. Teníamos contacto con la naturaleza”, describe su ex esposa, en su casa bonaerense. “Se compró una guitarra en Santiago, que aún conservo, y se la llevaba. ‘Lisa’ está inspirada ahí, pues en un lago próximo abundan los pejerreyes y la lisa, que no se come tanto porque tiene espinas chiquititas.” Si bien muchos suponen que la hija de la pareja inspiró la canción, la realidad es que nació dos años más tarde. De hecho, la idea de su nombre surgió de la forma más impensable. “No sabíamos qué nombre ponerle, y como Benito era fanático de Los Simpson, la llamamos como la hermana de Bart.

Otra de las fábulas del rock es que la canción “Te llevo para que me lleves” es una ofrenda a Benito Cerati. “No está dedicada a él, es de nosotros dos”, despeja la conductora televisiva de 42 años, que tiene una participación vocal en ese primer single de Amor amarillo. “Era él llevándome a mí y yo a él, de un lado para otro, en la montaña, en el avión. Siempre andábamos en la calle bailando o cantando. En México nos llevaron presos por manifestar nuestra felicidad públicamente… ‘Están borrachos, drogados’, nos decían. Y una vez que él tenía libre en la gira de Dynamo, en Venezuela, salimos a un parque de diversiones. Ahí empezó lo de tú me llevas y yo te llevo. A la vuelta en el hotel, estaba con el cuadernito escribiendo la letra del tema.” Pero los latidos del vástago se pueden escuchar al final del single. “Es parte de este disco, en realidad es este álbum. Pese a que Gustavo en uno de los temas dice que me ama, lo que me hizo sentirme halagada y correspondida, todo eso era también por el hijo que venía en camino. Un triángulo. No era sólo una pareja, sino una situación de a tres.

La confusión acerca de que el primer corte de Amor amarillo fuera un tributo a su primogénito quizá la causó el clip en el que Cecilia exhibe con orgullo su panza de ocho meses. “La compañía decidió que fuera el primer single, y pidieron que participara en el video. Una semana después de que se habló con los directores Daniel Bohm y Pablo Fischerman, vinieron a Chile. Conseguí que nos alquilaran la cámara, y nos trajimos boludeces de mi casa, vestuario comprado en Los Angeles, y el trajecito que Gustavo tiene puesto (Benito lo usó en 2011 en un show en vivo), que se lo regaló Jordi, un amigo que vende ropa usada. Los realizadores no tenían mucha idea de lo que querían hacer, y nosotros tampoco. Fue poner la cámara y listo. Llegaron un lunes a la noche, y el martes debían filmar algo. Y al otro día fuimos a un paraje cerca de Santiago para poner un poco de paisaje. Había neblina, Gustavo se vistió medio loco, y le pedimos prestada esa guitarra blanca. Fue la experimentación sobre el momento.

Así como Venezuela fue el núcleo para la manufactura de uno de los grandes éxitos en la trayectoria de Cerati, el tramo caribeño de Dynamo, a comienzos de 1993, abrió el concepto de Amor amarillo (al igual que Colores Santos y Ruido blanco, el título gira en torno de la luz). Y es que para el cantautor argentino la querencia es de ese color. “Cuando fuimos a Centroamérica con Soda, estuvimos en México y Venezuela. En playas de estos países como Los Roques empezamos a recoger pedacitos de piedras amarillas que usaban para collares y nos llenamos de ellas”, rememora Amenábar. “Creo que lo tomó de ahí. Se quedó pegado con esa de ámbar y transparencia. Era la energía, el sol.” Mientras escuchaba discos de Ultra Vivid Scene, Galaxie 500, Spiritualized y Eye in the Sky, de Alan Parsons Project, comenzó a componer los temas, casi todos en el mismo período, salvo “Rombos”, de la era de Colores santos. “Es bastante de escribir, especialmente en sus momentos de mayor tranquilidad. Las letras apuntaban a algo más personal, a su paternidad, a tomar otra ruta.

Aunque el disco fue plasmado principalmente en ese living en Santiago de Chile –con alguna incursión en la sala Ambar de esa ciudad–, se terminó de mezclar y grabar en Buenos Aires, en lo que fue el estudio Supersónico, propiedad del trío. “En unas vacaciones de invierno mías vinimos para acá, pues debía hacer el master y los toques finales”, detalla la artista chilena, quien tocó el bajo en el tema “A merced”. A lo que Tweety adhiere: “Antes de grabar fui a su casa, me mostró temas y vimos cosas con el teclado, porque el chiste era que ejecutara todos los instrumentos, incluso el bajo, que le encantaba. Ya lo había hecho en demos de Canción animal como ‘Hombre al agua’”, reseña el músico y productor en su estudio de Villa Urquiza, dueño desde hace muy poco de su propio sello, Twitin Records. “Fue muy largo de hacer, porque en esa época había un lapso determinado para hacer una grabación debido a que previamente tenías que saber lo que querías.

Otra de las cualidades de esta realización, más allá de los estilos en los que se amparó, del punto de partida de inspiración y de la forma de trabajar el disco (siempre de alta fidelidad), fue su intimidad. Además de Amenábar y Tweety, el otro partícipe, amén del equipo técnico encabezado por Mariano López, fue Zeta Bosio, quien al final prestó su bajo para ‘Amor amarillo’, colocó teclados y participó en calidad de coproductor. “Veníamos muy atrasados con el próximo disco de Soda, Sueño stereo”, recapitula Zeta, celular en mano, antes de salir de gira como DJ a Colombia y Costa Rica. “Me sorprendió cuando me dijo que iba a hacer un material solista, pero quería que lo ayudara. Es una producción muy linda, fina. Hasta lo acompañé a la radio para tocarlo. Había una campaña para dejar de fumar, y varios del equipo de Soda nos sumamos, salvo Gustavo. Justo el día en que comenzaba la grabación, era la fecha. Y me quería matar, pero no probé un cigarrillo en 20 años.

Ese guiño a Zeta fue una manera de reconciliarse con el grupo. “Tenía un poco de ganas por lo que significaba tener una banda, pero también sentía angustia porque había una parte que quería y otra que no. Al final, pudo consensuar”, analiza Cecilia. “Fue muy importante cuando murió el hijo de Zeta (Tobías falleció en julio de 1994). Eso los acercó y volvieron a verse. Tenía que resolver una relación él, particularmente, porque Charly estaba listo para hacer otro disco. Ahí hubo un poco más de calma para el regreso de Soda. Gustavo formaba parte de una banda, lo aunaba un contrato, y ahí pensó: ¿Por qué no hago las dos cosas?’”. Tweety, productor de Trip tour, primer álbum de Zero Kill (laboratorio sonoro de Benito Cerati) que salió a la venta en octubre, opina: “No iban a comer asado todos los domingos, pero la relación era lo suficientemente buena para seguir ensayando y tocando. En el ’89, cuando entré a tocar con ellos, Soda estaba muy arriba. No obstante, ahí empezó a la degradación de la unidad extra musical del principio. Era más laburo”.

En octubre de 1993, cuando Cerati ya tenía listo el álbum, se reunió con Alejandro Ros y Gabriela Malerba para definir el arte. “Benito no había nacido, y yo estaba en exámenes finales. Dejé la universidad sin terminar la tesis. Estudié cine, así que me puse después a trabajar”, puntualiza la artista. “Gustavo fue para el parto y se quedó. Lanzó el disco y nunca lo promocionó. Vino el día de la presentación, hicieron un cóctel, unas fotos y se fue a Chile hasta marzo o abril. Nunca le dio mucha bola a ese repertorio tras editarlo. Era muy personal.” Idea que González completa: “Amor amarillo se diferencia del resto porque no lo salió a tocar en vivo. Fue pensado más para el estudio. Al no haber baterista, todo era por línea. La compañía no le metió los mismos cañones. No hubo estrategia comercial como pudo haber en otro momento. Pero esa licencia artística fue estupenda. Fue un refresco para la escena. Basta compararlo con los trabajos que salieron ese año.

El mes pasado, la columna “Mapa genético” del programa Territorio Comanche (FM Nacional Rock) le dedicó un capítulo a Amor amarillo. En esa sección, Eduardo Fabregat –periodista de este diario– rescató una entrevista de 1997 en la que Cerati analizó el contexto en el que realizó el disco que, en sintonía con lo que sucedía en el resto del mundo, demostró que se podía bailar y ser rockero: “Cierto destierro fue interesante para mí, me liberó en cierto aspecto. Luego de Dynamo, que fue uno de los discos más interesantes del grupo, me pareció tortuoso lo que vendría después. En un momento quería que el grupo se terminara, y pensé en mi incipiente familia. Fue duro para Charly y para Zeta, costó bastante que entendieran que no fue una decisión caprichosa. No podía armar una banda y tocar y seguir adelante. Amor amarillo fue un disco circunstancial, así que seguí con Soda, que fue lo que hice, porque no podía conciliar ambas cosas”.

Al consultarle qué es lo que le pasa por la cabeza o el cuerpo cada vez que lo escucha, Amenábar es clara: “Lo que siento es puro amor. Fue una época muy luminosa de nuestras vidas, de cuando vas a traer un hijo al mundo, y más si viene acompañado de música. Es como mi tercer hijo, si bien es un disco más del papá”. Lo más cercano al sonido efectivo, despojado y raudo de ese repertorio inaugural propio fue rescatado años más tarde por “Tu locura”, al que al artífice incluyó en el compilado Canciones elegidas 93-04. Ese single, aria indie de dos minutos y medio compuesto para la telenovela Locas de amor, recrea ese trato artesanal de su trabajo de 1993. “Es uno de los discos menos vendido y comprendidos de Gustavo porque lo hizo fuera de la banda, y porque a mucha gente no le gustó que se fuera a Chile. Aunque para mí es sencillo, psicodélico, amoroso, y bárbaro. Se llenó de energía, de bondad, de naturaleza, y le salieron un montón de canciones como más hippie, muy auténticas. Está sintiendo lo que canta y lo que dice. No hay cosas impostadas. Y nuestros hijos todavía las escuchan.

| Por: Página 12 |

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