ENREMOLINOS

La noche que Gustavo Cerati se tiró hacia el público desde el escenario

Lo primero que hace es agarrarse la cara y luego suelta una carcajada. «¡No puedo creer que lo haya hecho!», me dice con los ojos achinados y la sonrisa de lado a lado. Quien me habla es Adrián Taverna. De hecho, me aclara, todavía no le entra en la cabeza qué quiso hacer Gustavo Cerati aquella noche, más de treinta años después.

Le traje a la memoria la Gira Animal. Los recitales, la infraestructura, el país desarmado que viajaba rumbo al famoso «uno a uno», un peso-un dólar. El Menemismo, la dolarización en puerta, los australes y las privatizaciones. La locura musical de animarse a llevar el mismo show a cualquier ciudad de la Argentina. La infraestructura que no soporta. El desafío como motor constante para Soda Stereo. Canción animal.

Conversamos y llegamos al 16 de Noviembre de 1990. Soda Stereo colmando el estadio Atenas de La Plata con el norte apuntando al gran objetivo: el estadio de Velez a fines de Diciembre. «Soda, querido, La Plata está contigo». El grito de guerra de un público ávido de rock and roll. «Creo que exceptuando la ciudad, no hay plata para nadie». La broma como respuesta por parte de Gustavo. Los aplausos.

Soda Stereo vivía una etapa musical que lo llevaba a estar en la cúspide. Era sin dudas la banda más importante del continente y aquella Gira Animal servía como «agradecimiento» a ese público locatario que había consagrado al grupo un par de años antes. Charly Alberti y Zeta Bosio funcionaban como una mole de sonido que bancaban la guitarra de un Cerati que vivía una de sus mejores etapas como artista: bromeaba, seducía, se sabía líder. Mordisqueaba los cables de sus equipos de sonido (como cuando presenta esa noche el tema «Canción animal») y estiraba las tangas que le tiraba el público.

«En un momento veo que Gustavo se acerca demasiado al borde del escenario», me relata Taverna. Soda Stereo estaba interpretando «Pic nic en el 4º B» y el público deliraba. «En esa época Gustavo veía muy poco, no se había operado aún de la vista», continúa. «Cada vez que terminábamos algún show se me acercaba y me preguntaba si había habido mucha gente porque no veía nada más allá de los cuatro o cinco primeros metros cerca del escenario». Entre las luces que le daban de frente, y su problema con la visión, Gustavo Cerati realmente estaba limitado. «Pensé que se había acercado al borde para ver a la gente».

La cuestión es que no. Gustavo se tiró para ser atajado por el público. «El venía bromeando aquellos días con que se quería tirar a la marea humana, como los viejos rockeros, y aquella noche lo hizo, se sacó las ganas, se tiró». Sin embargo, el resultado no fue el esperado. Gustavo se lanzó, la gente se abrió, cayó al suelo, se escuchó el estruendo de la guitarra, Zeta y Charly dejaron sus lugares para ver cómo estaba y a Cerati lo levantaron algunos asistentes. Adrián se ríe: «¡Gustavo se dio un golpazo! No había entendido que los músicos que solían tirarse al público, y que la gente agarraba, no lo hacían con la guitarra puesta. ¡No consideró que eso era como un arma para la gente!»

Gustavo Cerati volviendo al escenario con la camisa rota. (Foto: Alejandro Galego)

La preocupación dio paso inmediatamente a la anécdota. Todos sabían que habían sido testigos de un hecho único y posiblemente irrepetible. «Recuerdo cuando lo levantaron entre varios», refiere Taverna. «Gustavo estaba todo roto, todo raspado, con la camisa descosida. Yo me paré en la consola, ¡no lo podía creer, pero por dentro me reía! Un desastre. ¡Lo subieron y siguió tocando como si nada hubiera pasado! Como un verdadero rockstar. Cuando terminó el show nos encontramos en camarines, le dolía todo. Le pregunté qué mierda había hecho y me miró riéndose: «Nunca más, Adrián. Te juro que no lo hago nunca más»».

Allan Kelly Márquez

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Lo primero que hace es agarrarse la cara y luego suelta una carcajada. «¡No puedo creer que lo haya hecho!», me dice con los ojos achinados y la sonrisa de lado a lado. Quien me habla es Adrián Taverna. De hecho, me aclara, todavía no le entra en la cabeza qué quiso hacer Gustavo Cerati aquella noche, más de treinta años después.

Le traje a la memoria la Gira Animal. Los recitales, la infraestructura, el país desarmado que viajaba rumbo al famoso «uno a uno», un peso-un dólar. El Menemismo, la dolarización en puerta, los australes y las privatizaciones. La locura musical de animarse a llevar el mismo show a cualquier ciudad de la Argentina. La infraestructura que no soporta. El desafío como motor constante para Soda Stereo. Canción animal.

Conversamos y llegamos al 16 de Noviembre de 1990. Soda Stereo colmando el estadio Atenas de La Plata con el norte apuntando al gran objetivo: el estadio de Velez a fines de Diciembre. «Soda, querido, La Plata está contigo». El grito de guerra de un público ávido de rock and roll. «Creo que exceptuando la ciudad, no hay plata para nadie». La broma como respuesta por parte de Gustavo. Los aplausos.

Soda Stereo vivía una etapa musical que lo llevaba a estar en la cúspide. Era sin dudas la banda más importante del continente y aquella Gira Animal servía como «agradecimiento» a ese público locatario que había consagrado al grupo un par de años antes. Charly Alberti y Zeta Bosio funcionaban como una mole de sonido que bancaban la guitarra de un Cerati que vivía una de sus mejores etapas como artista: bromeaba, seducía, se sabía líder. Mordisqueaba los cables de sus equipos de sonido (como cuando presenta esa noche el tema «Canción animal») y estiraba las tangas que le tiraba el público.

«En un momento veo que Gustavo se acerca demasiado al borde del escenario», me relata Taverna. Soda Stereo estaba interpretando «Pic nic en el 4º B» y el público deliraba. «En esa época Gustavo veía muy poco, no se había operado aún de la vista», continúa. «Cada vez que terminábamos algún show se me acercaba y me preguntaba si había habido mucha gente porque no veía nada más allá de los cuatro o cinco primeros metros cerca del escenario». Entre las luces que le daban de frente, y su problema con la visión, Gustavo Cerati realmente estaba limitado. «Pensé que se había acercado al borde para ver a la gente».

La cuestión es que no. Gustavo se tiró para ser atajado por el público. «El venía bromeando aquellos días con que se quería tirar a la marea humana, como los viejos rockeros, y aquella noche lo hizo, se sacó las ganas, se tiró». Sin embargo, el resultado no fue el esperado. Gustavo se lanzó, la gente se abrió, cayó al suelo, se escuchó el estruendo de la guitarra, Zeta y Charly dejaron sus lugares para ver cómo estaba y a Cerati lo levantaron algunos asistentes. Adrián se ríe: «¡Gustavo se dio un golpazo! No había entendido que los músicos que solían tirarse al público, y que la gente agarraba, no lo hacían con la guitarra puesta. ¡No consideró que eso era como un arma para la gente!»

Gustavo Cerati volviendo al escenario con la camisa rota. (Foto: Alejandro Galego)

La preocupación dio paso inmediatamente a la anécdota. Todos sabían que habían sido testigos de un hecho único y posiblemente irrepetible. «Recuerdo cuando lo levantaron entre varios», refiere Taverna. «Gustavo estaba todo roto, todo raspado, con la camisa descosida. Yo me paré en la consola, ¡no lo podía creer, pero por dentro me reía! Un desastre. ¡Lo subieron y siguió tocando como si nada hubiera pasado! Como un verdadero rockstar. Cuando terminó el show nos encontramos en camarines, le dolía todo. Le pregunté qué mierda había hecho y me miró riéndose: «Nunca más, Adrián. Te juro que no lo hago nunca más»».

Allan Kelly Márquez

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