ENREMOLINOS

SODA STEREO ECOS | marzo 21, 2026 | Movistar Arena, Buenos Aires, Argentina

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Fricción: la banda que reunió a Gustavo Cerati y Richard Coleman

“Fricción, en realidad, fue como un patio de juegos”. De esa manera Richard Coleman le retrató a ENREMOLINOS de qué se trataba aquel proyecto del que formó parte junto a Gustavo Cerati a mediados de los ochenta. Un proyecto lúdico y sin proyección e intención profesional o comercial que sirvió de excusa y de forma como para componer y mostrar lo creado por fuera del monstruo que representaba Soda Stereo. A Cerati le calzaba idealmente como válvula de escape y sostén creativo. A Coleman, mientras tanto, como ese foco que pretendía sacarlo finalmente de las penumbras compositivas.

Conocida es la historia del contacto entre Coleman y Soda Stereo a fines de 1982. La recomendación de Daniel Melero y Eduardo Rogatti ante la intención del trío de sumar un cuarto integrante. La llamada de un tal Charly Alberti invitándolo a tocar en la “mejor banda new wave de la Argentina, con el mejor guitarrista y los mejores temas”. Y su respuesta irónica: “¿y entónces para qué me necesitás?”.

La conversa derivó en un ensayo en la sala que Tito Alberti, padre de Charly, tenía en Núñez. “Yo llevé mis instrumentos -relata Richard-, llevé material, demos, cosas que había hecho con Daniel Melero y algunas canciones que había grabado en casa. El cuarteto ensayó durante todo el verano de 1983. “Se armó una linda rutina -destaca-, ensayábamos bastante seguido, unas tres veces por semana. Cerati encontraba en Coleman la posibilidad de sonificar a Soda Stereo. “Él quería algo que arreglara un poco más la base que estaba muy firme como trío. Yo tenía los elementos como para hacer sonidos extraños con la guitarra, una situación casi de teclados, tocada de una manera un poco ortodoxa que le sumaba como un gustito a los temas que ya estaban muy bien armados”.

Con la presencia de Richard, Soda Stereo duplicó su repertorio. “A los chicos le gustaron mis temas, así que terminé agregando siete canciones mías que estaban muy buenas. Muchas de ellas salieron de mi dormitorio directamente a esa sala”. Aún así, para Coleman, Soda Stereo se encontraba mucho más que consolidado como trinomio por lo que sugirió que continuaran su camino en solitario, sin acompañamiento de un cuarto integrante. “Me dí cuenta que yo tocaba sus temas con ellos tres, y que ellos tres tocaban los míos -explica-; sentí que eran tres y uno. Lo pensé muchísimo, hablé con los chicos y les dije muy seriamente que era evidente que ellos eran un trío, que yo me abría”.

Más allá de la complejidad de la decisión tomada, aquellas tardes de ensayos, charlas e intercambios cimentaron el vínculo entre Coleman y Cerati. “A Gustavo le interesaron muchísimo mis canciones, los sonidos y mi manera de tocar -refiere Richard-. Tiempo después, cuando yo me fui de la banda, me lo empecé a encontrar en bares, en situaciones nocturnas. Comenzamos a compartir la noche”. De esos cruces nació finalmente la amistad. “Hablábamos de música, de nuestras ideas artísticas, de cómo nos veíamos en el futuro, de las chicas, de las novias, e indudablemente nos hicimos fuertemente amigos”.

Tras el debut discográfico de Soda Stereo en agosto de 1984, Gustavo levantó el teléfono, discó los 6 números y se contactó con Richard. “Un día me llamó para ver en qué andaba -recuerda Coleman-, me dijo “che, ¿por qué no salís a tocar esos temas que tenías que estaban muy buenos?””. Amistosa e inocentemente, Richard le preguntó cómo iba a hacer para salir a tocar, con quién podía juntarse para interpretar todas esas canciones. “Él me dijo “bueno, ¡voy yo! Buscamos algún baterista, yo que sé, vemos””. Aquella primera búsqueda derivó en Fernando Samalea, baterista de Clap.

“Richard me había contado su deseo de armar un grupo paralelo junto a Gustavo Cerati -recuerda Samalea en su libro ¿Qué es un long play?-. Dimos por hecho que yo estaría en la cuestión. Musicalmente era algo muy afín. Coleman le refirió a Samalea sobre los demos hogareños en los que había estado trabajando junto a Gustavo y lo invitó a tomar un café para conocerlo y conversar entre los tres sobre las ideas y cuestiones simples que pueden conversarse al pretender conformar una banda. “A los pocos días pude conocer finalmente a Cerati -continúa Samalea-. A simple vista tenía un aire principesco y señorial: pelo enrulado hacia arriba, nariz finita, cuello largo y mirada sajona. Sonreía poco, pero cuando lo hacía parecía un niño de cinco años (…) “¿Y si le pregunto a Christian si quiere tocar?”, solté. Christian Basso, compañero de tantas batallas, se transformó ese mismo día en el cuarto integrante”.

Las reuniones fueron dándose intermitentemente. El crecimiento que Soda Stereo venía teniendo tras ingresar a la agencia de Alberto Ohanian en el verano de 1985 dejaban pocas fechas libres en la agenda como para poder imaginar algún tipo de presentación en la vida de Fricción. “Comenzamos a encontrarnos con Gustavo en su casa de la calle Heredia para ir ganando tiempo -recuerda Samalea en ¿Qué es un long play?-; (…) manejábamos la ejecución hogareña desde el silencio y la calma. Yo, programando en batería electrónica o haciendo ritmos sobre los muslos, él con su guitarra. Con paciencia, sentados en la cama o en el piso del cuarto, quedaron claras las bases de ocho o diez canciones. (…) Era un deleite escuchar sus entreveros guitarrísticos. Gustavo prefería leads de extraños sonidos y acordes rítmicos que harían bailar al más negro entre los negros, generando delays con su cámara Roland y haciendo efectos y repeticiones acopladas al compás general”.

Con una buena bolsa de ensayos sobre el lomo y prácticamente de forma casual, Fricción encontró lugar como para salir a la luz y dejar de lado las cuatro paredes de su sala de ensayo. “Parecía que ningún show iba a asomar jamás en el horizonte y todo se remitiría a ejecuciones privadas matutinas -relata Samalea-, hasta que una noche, estando en el Stud escuchando a Melero, al ver al dueño sentado en la barra durante el intervalo le fui a pedir que nos programase (…) Entre idas y vueltas, debutamos allí el 7 de abril de 1985.

A Cerati se le ocurrió convocar a Adrián Taverna, sonidista habitual de Soda Stereo, para que se sumara a Fricción aquella noche. “Era gracioso observarlo ajustar el digital delay y las ecualizaciones con tanta pasión -confiesa Samalea en su libro-, apretujado en uno de esos cubículos de las antiguas caballerizas donde se ubicaba la consola del Stud, una Peavy de 16 canales con reverberancia a resorte.

Finalmente, Fricción salió a escena a las 4 de la mañana. “Arremetimos con el primer tema, “Eléctrica”, el cual comenzaba Gustavo -continúa Samalea-. Su fraseo de guitarra, con delay preprogramado rítmicamente, nos servía como metrónomo a lo largo de la canción. Siguieron “Estoy azulado” y “Arquitectura moderna”, donde Richard gesticulaba especialmente construyendo figuras geométricas entre rostro y manos. Fueron sucediéndose “Para terminar”, “Autos obre mi cama” y “Bailando enjaulados”, en el que Christian se tomó muy en serio su rol danzarín. Cerati presentó “Ecos” como un tema que “hacía con Soda”. Impostó tanto la voz en el micrófono que se ganó varios chistes posteriores. Cerramos con la versión en español de “Héroes” y la gente pareció bastante conforme.

Desde un primer momento fue notorio que en Fricción afloraba una veta lúdica que terminaría por transformarse en su propio sustento. “No era una banda de proyección -expresaría Coleman a La Nación-, era más que nada una alternativa para cuatro músicos jóvenes y creativos que necesitaban más de un espacio artístico para satisfacer su visión acerca de lo que necesitaba la música en ese momento. Consultado por la histórica revista Pelo, el propio Coleman definiría que “la música del grupo es el producto de la unión, no hay un preconcepto. Se puede notar, sí, una intención rítmica muy clara: sentimos la necesidad de patear el estómago”.

Aquella patada que dejaba sin aire repercutía más que nada a través de la oscuridad del sonido y de las plumas de Richard y Gustavo. Con una temática desbordada, basada en la angustia, en la desesperación y en las contradicciones humanas, Fricción abordó un costado al que ni Metrópoli, ni Clap ni Soda Stereo habían llegado. “Hay algo de alienación en las letras -relataría Coleman a Pelo-. Existe una carga de contradicción en todas las personas y en el medio existen fricciones. Tratamos de reflejar todo eso en nuestras letras. Hacemos temas un poco herméticos, pero la intención es que las letras sean especialmente escuchadas”.

Para componer, Cerati y Coleman se apoyaban mutuamente tomando a la guitarra como punto de inicio y teniendo como concepto primordial que el sonido del cuarteto sería natural y humano, sin programaciones. “Hacíamos canciones partiendo desde las guitarras, trabajando con delays y pedales extrambóticos -definiría Cerati a La Nación-. Además, no sólo los pedales eran raros, sino también nuestros peinados. En esa época se decía que Fricción era el lado más oscuro de Soda”.