Un 11 de Agosto, pero de 1959, nacía Gustavo Cerati en Buenos Aires. Tiempo después se transformaría en el ícono del rock latinoamericano. Luego de varios años decidí asumir que Gustavo en realidad se fue aquel 15 de Mayo de 2010, en Caracas, tras su último solo de guitarra. Literalmente hablando.
Soy de creer que la vida se compone de simbolismos. De imágenes icónicas, perfectas, que ni el más especialista podría elegir para darle un giro a las cosas, o incluso para representarlas. Me resulta muy fuerte entender que lo último que se vió de Cerati fue justamente un solo de guitarra para cerrar el segundo tramo de la gira Fuerza natural.
Y no sólo eso. Su descompensación se dio tras bajar del escenario. Como si hubiera dejado la vida y el alma frente al público, pero aún así tuviera la dicha de elegir cómo y dónde terminar. Eso, tiene una carga simbólica muy grande: el artista mostrándose hasta último momento como tal.
Hace un tiempo se lo pude plantear a Adrián Taverna fuera de entrevista, su amigo del alma, aquel que fue testigo de todos y cada uno de los shows de Gustavo. Se me quedó mirando por unos segundos. Me respondió con una sonrisa: “también lo pensé”. No hablamos más del tema, sentí que no era necesario. Con eso me quedé.
De Gustavo admiro su arte. Y no me pasa con ningún otro artista: admiro su postura frente a diferentes aspectos de la vida. Con el tiempo me di cuenta que esa admiración esconde, quizás, una envidia paralela.
Admiro su capacidad de reinvención. De hacer lo que le gustaba. De ir a donde quería, sin dejarse marcar por nadie. Aún a costa de no ser popular. Admiro su tenacidad para subir siempre un escalón más. Y a veces, incluso, cambiar de escalera en el medio de la subida.
Admiro su vocación, su dedicación. Admiro su labia. Siempre me pareció brillante su manera de declarar. Me da gusto escuchar sus declaraciones, y lo más importante: le creo.
Entiendo y comparto su postura frente al tiempo. Frente a la vida, y a la muerte. Al aquí, y al ahora. Al amor, y al desamor. Gustavo era una persona culta, pero que no hacía alarde de su inteligencia.
Pocos artistas tienen esa cualidad: hablar, y ser entendido. Hablar, y ser interesante. Hablar, y ser creíble. Gustavo lo era. Y ese es el punto clave del éxito: lo que decía, lo sentía. Y lo transmitía. Un fuera de serie.
Uno puede elegir en qué espejo reflejarse. De eso se trata. Creo que aún no entendimos a quién tuvimos en frente. Pero estamos a tiempo.
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