Este viernes, Bocanada cumple 25 años. Sí, un cuarto de siglo para el disco de Gustavo Cerati que dividió aguas como ningún otro en su obra.
Nocturno, sugerente y aterciopelado, fue el primero del músico después de la separación de Soda Stereo y el segundo de su faena solista después de Amor amarillo (1993). Pero si este último era un recreo cancionero y levemente experimental ante el frenesí de la banda rock & pop más paquidérmica de toda Latinoamérica, Bocanada apareció para avisar que Cerati, confirmado como solista tras la separación de Soda, no le temería a la experimentación y se desentendería de cualquier demanda que haya bullido allá afuera.
Así las cosas, ya publicado con su contenido espectral construido desde sampleos y patterns electrónicos, amalgamado con la expresión del artista en plan crooner, este disco posicionó al Cerati sofisticado en detrimento del popular que podía domar multitudes a gusto y placer.
En fin, este álbum consolidó los crecientes desvelos electrónicos de Cerati, que cultivó en permanente interacción creativa con Flavio Etcheto, el líder de los alternativos Resonantes que ya había tocado la trompeta en esa profecía de Bocanada que fue (valga la redundancia) «Fue», balada alucinada de Dynamo (Soda Stereo, 1992).
En un mercado discográfico afectado por el boom latino, Bocanada expuso al Cerati altivo y distante, aunque muy consciente de lo que representaba.
“No es un disco complaciente, es cierto, aunque su prioridad sea complacerme. Me complace, realmente, tiene la sustancia que yo quiero que tenga”, le dijo Gustavo a La Voz en julio de 1999, en una entrevista realizada en la suite presidencial del Sheraton.
“El marketing es una circunstancia posterior, que busca evaluar cómo la gente percibe este disco. Y hay algo perverso en esto: en la radio insisten en un single generalmente pago, que determina que escuches el mismo tema 10 veces por día. Eso hace muy cerrado el núcleo de percepción, por lo cual, además, se pierde toda posibilidad de alternativa”, añadió.
“Mi propósito es que la gente escuche un tema y sepa que no es sólo eso lo que va a comprar, sino un disco. Aquí no se vende un single, no vas a la disquería como en Londres y pedís ese tema. En los ‘80, las cosas no eran tan así, sonaba el disco entero. Entonces, quiero abrir el juego en ese aspecto. Pero tengo claro que la mía es una lucha utópica; este es un marketing utópico. Pero lo tengo que hacer. Si yo no me encargo de este tipo de cosas, después no tengo derecho a quejarme si algo sale mal”, completaba Cerati sobre la obra que había concebido en Casa Submarina.
Casa Submarina, el estudio montado en el fondo de su hogar en Vicente López (Buenos Aires), donde vivía con su mujer Cecilia Amenábar y sus hijos (por entonces, niños) Benito y Lisa. Allí, Cerati fue edificando a partir de sampleos que denotaban una frondosa cultura rock: fotocopió de fragmentos del grupo progresivo Focus (el tema que da nombre al disco refiere a la canción Eruption) a otros de la psicodelia andina contestaría de Los Jaivas (en Raíz); entre esos dos extremos, hay referencias a Electric Light Orchestra en «Río Babel»; a The Spencer Davis Group en «Tabú»; a Elvis Presley en «Balsa»…
Luego de ese ejercicio incesante de edición, sumó a un núcleo duro de músicos para la grabación en sí. Además de Etcheto, participaron de ese proceso Leo García, el músico electrónico Rudie Martínez, el baterista Martín Carrizo, el bajista Fernando Nalé, y el productor y tecladista Tweety González.
OK, Bocanada quizás haya trascendido como el regodeo vanguardístico de Cerati, pero no hay que olvidar que contiene bombazos pop (como «Puente») y rock & pop (como «Paseo inmoral»), más una orquesta sinfónica para empoderar una balada suntuosa como «Verbo carne»; en otras palabras, no hay que olvidar que hizo falta armar una banda para representar este repertorio, lo que en Córdoba sucedió el 19 de diciembre de 1999.
“Más que nada, Bocanada era un Gustavo absolutamente humilde, mostrando sus proyectos desde una computadora. A «Tabú» y a «Raíz», por ejemplo, los tenía ideados, pero sin resolución; les faltaban los condimentos finales, la pizca de amor que cada uno le puso para que terminen sonando perfecto o tal como él lo imaginaba”, le dice Leo García a La Voz.
En los créditos, García aparece tocando sampler y haciendo voces “de apoyo” en «Engaña», «Puente» y «Aquí y ahora». Sin embargo, al hacer retrospectiva insiste en reivindicar su aporte afectivo por encima del artístico.
“Es un disco hecho con amor. Es un disco hecho de una superestrella muy hecha, que necesitaba bajar unos cuantos cambios y estar con músicos humildes, entre comillas, músicos que empezábamos, que no teníamos ni un octavo de la carrera que él tenía, de las ganancias que él tenía. ¡Ni hablar del talento! Gustavo supo dar y compartir”, redondea García, quien suma que él estuvo en el proyecto Bocanada casi desde el grado cero.
Recuerda haber insinuado una versión primigenia del repertorio en un show en trío, ofrecido en el Centro Cultural Recoleta en la presentación de la revista Les Incorruptibles. “Fue la primera vez que Gustavo tocó como solista después de Amor Amarillo. Hicimos algún tema de Soda, otros de Colores Santos (junto con Daniel Melero, 1992) y algunos de lo que sería Bocanada… Gustavo ya estaba craneando quiénes iban a ser los otros integrantes de la banda”, precisa.
| Por: Germán Arrascaeta / La Voz |